¿Por qué un analista no debe responder a las
demandas amorosas de las pacientes?
Serge Cottet responde: “El analista suscita el
amor, pero el analista no cede a ese amor. Para que haya análisis el analista
ha de estar animado por un deseo más allá del narcisismo”.[2]
Freud en sus escritos técnicos, frente a la misma
pregunta, plantea que el psicoanalista no debe engañarse. No debe hacerle creer
a la paciente, o lo que sería peor creer él mismo, que unas satisfacciones
sustitutivas podrían aliviar sus padecimientos. Sería por tanto un imperativo
ético el que ordena la técnica.
Se sabe y está
demostrado desde Breuer[3] que querer el bien del paciente muchas veces conduce a desgracias.
Freud conjeturó que Breuer
descubrió la motivación sexual de la transferencia a partir del "falso
parto histérico de un embarazo fantaseado" de Anna O. Ella le quería dar un hijo a su médico.
Breuer dio por terminado el tratamiento y huyó a Venecia… allí Mathilde, su
mujer, quedó embarazada.
Freud indicó que el
interés hacia el tratamiento es lo que debe imponerse por sobre el interés del
paciente. Sin embargo, esto podría producir una paradoja, ¿no es reforzar las
tentaciones el resistirse a ellas?[5]
Un caso que no deja de ser una ficción, pero es
muy ilustrativo del tema en cuestión es el que aparece en el primer capítulo del libro “Desde el diván” de
Irving Yalom.
Una mujer a amar
Se trata de Belle, paciente de treinta y tantos
años, de una familia adinerada, suizo-italiana, deprimida:
”Bien parecida, una piel sensacional, ojos
seductores, vestida con elegancia –dice Seymour Trotter, su terapeuta-. Una
mujer de clase, pero a punto de echarse a perder. Una larga historia de
autodestrucción. No falta nada: ha intentado todas las drogas, sin pasar
ninguna por alto”.[6]
Trotter relata que cuando vio a Belle por primera
vez, había vuelto a la bebida y estaba incursionando con la heroína.
Además presentaba desórdenes alimentarios, cortes
en las muñecas, y en los dos brazos. Le gustaba el dolor y la sangre, siendo
este (el dolor) el único momento que se sentía viva.
Había estado hospitalizada una media docena de
veces, por poco tiempo. Siempre se iba, tras algún escándalo, por lo general
echada.
“Casada, sin hijos. Se negaba a tenerlos: decía
que el mundo es un lugar demasiado espantoso para imponérselo a los niños. Un
buen marido, aunque una relación pésima. Él quería hijos desesperadamente, y había
peleas continuas sobre esa cuestión. Él era un banquero inversionista, como el
padre de ella, siempre de viaje. A unos pocos años de casados, la libido de él se cerró, o
quizá se canalizó hacia hacer dinero. Él ganaba bien, aunque nunca logró
aproximarse a la fortuna del padre. Siempre atareado, dormía con la
computadora. Quizá cogía: ¿quién lo sabe? Por cierto que no cogía a Belle.
Según ella, la evitó durante años, probablemente por su enojo por no tener
hijos. Es difícil decir qué los mantenía casados. Él fue criado en un hogar de
cientistas cristianos, y de forma consistente se rehusaba a la terapia de
pareja o a cualquier otra forma de psicoterapia. Aunque ella reconoce que nunca
insistió demasiado…”.[7]
El problema mayor de Belle, según el terapeuta,
era un peligroso comportamiento sexual: conducía a más de cien kilómetros por
hora junto a camiones en la carretera, y cuando el conductor la veía se
levantaba la falda y se masturbaba. Luego tomaba la primera salida y si el
camión la seguía, ella se detenía, subía a la cabina, y le realizaba una felatio al camionero.
Belle había pasado por innumerables terapias,
todas interrumpidas:
“…era, y sigue siendo, muy despreciativa. Nadie
era lo suficientemente bueno, o no para ella. Todos tenían algo malo: demasiado
formales, demasiado pomposos, juzgaban demasiado, eran muy condescendientes,
comerciantes, demasiado fríos, se ocupaban sólo del diagnóstico…”.[8]
Había sido derivada por su ginecólogo, un ex
paciente de Trotter. Los atributos del terapeuta que justificaban la derivación
eran el de ser “un buen tipo”, ningún macaneador, y que estaba preparado para
“ensuciarse las manos”.
Buscó sus artículos académicos en la biblioteca y
le gustó uno que discutía el concepto de Jung acerca de inventar un nuevo
lenguaje terapéutico para cada paciente.
Belle se engancha con un terapeuta que propone
una terapia nueva para cada paciente, una verdadera transgresión en el terreno
terapéutico, y además “dispuesto a ensuciarse las manos”.[9] Demasiada tentación para una mujer como Belle.
Toda derivación
produce efectos en el futuro de los análisis, muchas veces inimaginables. Esto
no iba a ser la excepción en este tratamiento.
¿Quiere Belle analizarse?
Muchas veces los pacientes concurren a una primera entrevista con un
psicoanalista en acting out o en
situación de mostración. Desde ese lugar la palabra sobra.
El
acting out es para Lacan, una acción
inmotivada, enmarcada en cierta escenificación, que es relatada como situación
repetida, que se realiza generalmente fuera del espacio de la sesión, pero
dirigida ―en este caso a un terapeuta o un psicoanalista― y que tiene como
única función la de mostrar.
Belle era impulsiva, orientada a la acción; sin
curiosidad sobre sí misma e incapaz de asociar libremente. Fracasaba en las
tareas tradicionales de la terapia: autoexamen, discernimiento. No traía algo
para analizar ya que no le interesaba.
Venía desde la transgresión y no desde una
pregunta sobre su sufrimiento.
El elegir a Trotter como su analista no tendrá
que ver con una demanda de tratamiento, sino el de llevar al límite a alguien
que esté dispuesto a dar un paso más allá del resto de los terapeutas.
La primera intervención que se debería realizar
cuando alguien viene en un acting out
sería sacarlo de ese lugar (rectificación subjetiva). Devolverle una respuesta que apunte a resituarlo de otro
modo en relación con su sufrimiento.
En el tratamiento de Belle esto aparece como imposible.
Ella sigue en una actitud de mostración.
¿Cómo terminará este tratamiento?
El cuento del hombre mayor y la taza de chocolate
caliente
El correr de las entrevistas le dieron la pauta a
Trotter que Belle Felini no era una paciente para abordar con una técnica
tradicional.
Cerca del cuarto mes del tratamiento se producirá
un acontecimiento fundamental. Trotter estaba investigando el comportamiento
sexual autodestructivo de Belle, preguntándole qué quería en realidad de los
hombres, inclusive del primer hombre de su vida, su padre. Este abordaje seguía
siendo estéril.
Ella se resistía a hablar del pasado, no le
interesaba; sin embargo, una pregunta de Trotter cambiaría el curso de los
acontecimientos:
“Belle para complacerme[10], describió una fantasía recurrente de cuando tenía ocho o nueve
años. Hay tormenta; ella entra en un cuarto, mojada y con frío, y allí la
espera un hombre mayor. La abraza, le quita la ropa mojada, la seca con una
toalla tibia, le da una taza de chocolate caliente. De modo que yo le sugerí un
juego de roles: le dije que saliera del consultorio y volviera a entrar
fingiendo estar mojada y con frío. Omití desvestirla, por supuesto; busqué una
toalla de buen tamaño del baño, y la sequé vigorosamente, manteniéndome en un
plano no sexual, como siempre. Le ‛sequé’ la espalda y el pelo, luego la
envolví con la toalla, la hice sentar y le preparé una taza de chocolate
instantáneo.
…No me pregunte por qué
o cómo decidí hacer eso en ese momento. Cuando se ha practicado tanto tiempo
como yo, se aprende a confiar en la intuición. Y la intervención lo cambió
todo. Belle se quedó sin habla por un tiempo, le saltaron las lágrimas, y
luego chilló como un bebé. Nunca había llorado en las sesiones. La resistencia
desapareció.
…¿A qué me refiero al
decir que la resistencia desapareció? Quiero decir que empezó a confiar en mí,
a creer que ambos estábamos en el mismo bando”.[11]
Trotter confiesa que ese acontecimiento lo cambió
todo, y no hay duda de que lo cambió. A partir de ese momento la demanda quedó ubicada
exclusivamente del lado del terapeuta. El
“para complacerme” es una muestra irrefutable de eso.
Las negaciones de Trotter con respecto a lo
sexual de la terapéutica: “omití desvestirla, por supuesto” o “… la sequé
vigorosamente, manteniéndome en un plano no sexual, como siempre“, afirma lo
mencionado anteriormente.
A partir del acontecimiento Belle empezó a asociar
como una paciente común y la terapia pasó a ser el centro de su vida.
Trotter, a su vez, hizo todo lo posible para ser
más importante para ella: contestaba todas las preguntas que le hacía acerca de
su vida. Apoyaba las partes positivas de ella diciéndole que era una mujer muy
inteligente y bonita. Aborrecía lo que se estaba haciendo, y se lo expresaba
sin rodeos.
En definitiva, nada diferente de lo que le podría
decir un buen amigo.
Esta forma particular de trabajo terapéutico erotizó la transferencia. Las demandas de Belle
aumentaron desmedidamente. Trotter empezó a desempeñar un papel
central en sus fantasías. Ella, por ejemplo, se sumía en largos ensueños acerca
de una relación sexual con él.
Trotter intentaba con sus interpretaciones, generar un
vínculo más “sano” con el “yo” de la paciente. Sus intervenciones apuntaban a
reconstruir en el aquí y ahora sus vínculos más primarios.
Freud plantea en sus consejos técnicos que el psicoanalista no debe
creerse un salvador, un padre o madre, “no tenga demasiada ambición
terapéutica. No debe querer a cualquier precio el bien del paciente, su curación o su felicidad".[12]
El abordaje terapéutico de Trotter estaba basado exclusivamente en su
intuición, otra manera de nombrar a la contratransferencia. La misma implica
los sentimientos cariñosos u hostiles que puede alimentar el terapeuta con su
paciente.
La “intuición” puede confundir muchas veces al terapeuta con su
función:
"Suena inocente, ¿verdad? Pero yo sabía, inclusive al comienzo,
que había un peligro latente. Lo sabía entonces, lo sabía cuando me decía
cuánto se excitaba cuando yo le daba de comer. Lo sabía cuando hablaba de salir
en canoa durante un período largo, dos o tres días, para poder estar solos,
flotando en el agua, y disfrutar mientras ella daba rienda suelta a sus
fantasías sobre mí. Yo sabía que mi enfoque era arriesgado, pero se trataba de
un riesgo calculado. Iba a permitir una transferencia positiva para construir
sobre ella una base y combatir su autodestrucción”.[13]
Belle comenzó a acusarlo de ser prisionero de sus
propias reglas:
"Tú resaltas la importancia de respetar la
personalidad y diferencia de cada paciente, pero luego haces que una serie de
reglas se adecúen a todos los pacientes en todas las situaciones. A todos nos
metes en la misma bolsa, como si todos los pacientes fueran iguales y tuvieran
que ser tratados igual… ¿Qué es más importante? ¿Obedecer las reglas?
¿Quedarte en la zona de comodidad de tu sillón? ¿O hacer lo que es mejor para
tu paciente?... Me estás salvando la vida. ¡Y te amo!
Paciente difícil Belle. En pleno acting out, en actitud de desafío y transgresión total: acostarse
con el analista.
Sin posibilidad alguna de una rectificación subjetiva, Trotter
queda a merced de la demanda de la paciente. Demanda que pide a gritos un
límite.
La locura de Belle siempre se mantuvo incólume. Simplemente
se corrió de lugar, ya no son los camioneros el objeto de transgresión sino que
ahora es el terapeuta.
La única forma que encuentra Trotter de salir de este
embrollo transferencial es prometiéndole un fin de semana juntos. Para eso
Belle tenía que estar “limpia” de drogas, alcohol y comportamientos sexuales
riesgosos por un plazo de dos años.
"Para el vigesimosegundo mes, sentí pánico. Perdí toda compostura
y empecé a halagarla, a emplear subterfugios, a rogarle. Le di una conferencia
sobre el amor. ‛Tú dices que me amas, pero el amor es una relación, el amor es
preocuparse por el otro, preocuparse por el crecimiento y la existencia del
otro. ¿Te importo yo, acaso? ¿Te importa cómo me siento? ¿Piensas alguna vez en
mi culpa, mis temores, el impacto que tiene esto sobre el respeto hacia mí
mismo, el saber que he hecho algo no ético? ¿Y el impacto sobre mi reputación,
el nesgo que corre... mi profesión, mi matrimonio?’
Cuantas veces, respondió Belle, ‛me has recordado que
hay dos personas en un encuentro humano, nada más, y nada
menos. Me pediste que confiara en ti, y confié por
primera vez en mi vida. Ahora yo te pido
que confíes en mí. Este será nuestro secreto. Me lo llevaré a la tumba.’”
Estoicamente abstemia de todo exceso, Belle esperó su
recompensa.
No importa demasiado el
final, pero se deduce inexorable:
"En cuanto al resto de mi historia, supongo que la conoces. Está
toda allí, en tu carpeta. Belle y yo nos reunimos para desayunar en San
Francisco, en el café Mama's, en North Beach un sábado por la mañana, y
permanecimos juntos hasta el atardecer del domingo”.[15]
“Una tarde que
volví a casa encontré todo a oscuras; mi mujer se había ido. Había cuatro fotos
de Belle conmigo, sostenidas por chinches en la puerta del frente: en una estábamos registrándonos en la recepción del hotel Fairmont; en
otras, valijas en mano, entrábamos en nuestra habitación juntos; la tercera era
un primer plano de la
solicitud de admisión del hotel: Belle pagó en efectivo, y nos registró como doctor
Seymour y señora. En la cuarta, estábamos confundidos en un estrecho abrazo
en el observador panorámico del Golden Gate.
Adentro, sobre la mesa de la cocina, encontré dos cartas: una del marido de Belle a mi esposa, en la que
decía que a ella podrían interesarle las cuatro fotos que acompañaba y que
demostraban el tipo de tratamiento que su marido le aplicaba a su mujer. Decía que
había enviado una carta similar a la junta estatal de ética médica”.[16]
Cuando Lacan habló de la contratransferencia en
la década del sesenta lo hizo con el propósito de diferenciar al psicoanálisis
de la psicología del Yo y cuestionar el concepto de intersubjetividad como
soporte de la relación analítica. Eso no quiere decir que el analista no debe desear nada para su paciente, eso es imposible. El problema es
qué desea.
El deseo del analista es el modo de orientarse en la cura, modo que garantiza el análisis.
Lo que tendría que suceder en
un análisis, es el intento de revelar el enigma que encierra el sufrimiento
psíquico, eso se hace entre otras cosas del lado del analista, impidiendo la
inmediatez del comentario o la caída en el lugar común que pretende borrar.
Todo lo contrario a lo sucedido en la relación Trotter-Belle.
Si había algún posibilidad de
que el tratamiento hubiera funcionado se
cerró para siempre con la fantasía sexual del hombre mayor y la taza de
chocolate caliente. De ahí en adelante solo fue una permanente transgresión.
El enigma sólo se construye y
se despliega en el silencio de la escucha o ante la transparencia de la mirada,
nunca cuando la mirada está tan presente como en el caso de Trotter.
El saber del analista implica
un lugar de poder y este poder se funda en la prohibición de ejercerlo.
No obstante, algunas veces, esta prohibición puede ceder.
Trotter y su narcisismo
intuitivo son un ejemplo claro.
Este caso nos enseña que la
contratransferencia es algo a respetar por parte del analista. Nunca debemos
guiarnos por el camino exclusivo de la intuición, ya que puede arrojarnos al de
la tentación.
[2] S. Cottet, “El deseo del analista en Freud” en
“Ornicar 1”,
Madrid, 1981, pág. 169
[3] Josef
Breuer fue creador
del método catártico para el tratamiento de las psicopatologías de la histeria
junto a Freud.
[4] Lacan, J., Seminario
XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Bs As,
1989.
[5] S. Cottet, “El deseo del analista en Freud” en
“Ornicar 1”,
Madrid, 1981
[10] Negritas mías.
[12] Freud, S., “Obras completas” Tomo
XII, ED Amorrortu, Bs As. 1990, pág. 116
[13] Yalom, I., “Desde el diván” ED
Emece, Bs As, 1999, pág. 21
[14] Yalom, I., “Desde el diván” ED
Emece, Bs As, 1999, pág. 27
[16] Yalom, I., “Desde el diván” ED
Emece, Bs As, 1999, pág. 43
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