Crónicas de la peste Capitulo 11: Quitapenas



El virus no solo ataca a las personas, también lo hace a los inmuebles, a los trabajos, a las esperanzas y a las rutinas.
Hoy fui a un lugar que le tengo mucho cariño, se llama Oda. Se trata de una pequeña galería en Yaguarón y San José que vende objetos de arte elaborados por artistas y artesanos. Un bastión para aquellos que quieren mostrar y vender su producción y no disponen de la consistencia económica para poder hacerlo por su cuenta.
Este lugar cierra ya que la pandemia los golpeó de lleno y no les dio la posibilidad de levantarse. Abrieron por este último fin de semana para poder vender lo que puedan y despedirse sin demasiado ruido. Otro local que se cierra, otra rutina que se corta, otra esperanza que se desvanece. De eso también se construyen las tragedias colectivas, de pequeñas historias que no salen en la prensa, que no cuentan en los números y estadísticas oficiales, pero que son también víctimas de un tiempo oscuro.
Al pasar por ahí a comprar algunas últimas cosas, saludé a los dueños, una pareja amable y siempre bien dispuesta. Entristecido sin dudas, el dueño me comentó que no podía seguir sosteniendo el local después de dos meses sin abrir. Confieso que me trasmitió un profundo dolor. Su voz cansada me recordó a la voz de mi padre. Vinieron a mi memoria la década de los ochenta, la ruptura de la “tablita” y como perdió todo. En su voz me encontré con la tristeza paterna. La Oda se convirtió en trágica pero íntima, empática e inevitable que me transportó a mi propio mundo. Mi padre salió de la crisis de los ochentas, pero con las secuelas inevitables que producen las tragedias colectivas de esa magnitud, esa de los sueños rotos y de las esperanzas desechas. Solo pude escuchar sin decir demasiado, las palabras a veces están de más. Me pasó lo mismo que cuando era un niño, solo pude escuchar el dolor.
Compré un par de cosas, y me regaló un “Quitapenas”. Una muñequita proveniente de la cultura mejicana, confeccionada con madera, alambre, tela y cartón. De acuerdo a la tradición popular, estas pequeñas figuras tienen la facultad de asumir o “cargar” las preocupaciones de su propietario, para que éste pueda dormir sin ser perturbado por sus pensamientos.

Un gesto generoso. Una coincidencia que no deja de ser curiosa. Una quitapenas como símbolo de dos dolores, del presente y del pasado. Me fui del lugar con la muñequita y con una sensación amarga por Oda, por los artistas huérfanos de hogar, por el dueño pero también por mi propia pena que surgía del pasado y que descubrí en su voz.


Quizás hoy antes de dormir hable con ella.   



Crónicas de la pandemia. Capítulo 10


La pandemia trajo modificaciones en el contacto humano. Se impuso la distancia, la frialdad del saludo y un poco de desconfianza con el otro. Sumidos en cuidados corporales que nos recuerdan a los rituales obsesivos, a los miedos fóbicos al contagio y a las miradas paranoicas e inquisidoras, que van ganando terreno en la cotidianeidad. El otro se convierte en más otro que nunca.
Este tiempo también viene acompañado de la angustia e incertidumbre que genera este virus incontrolable, que marcan la pequeñez e insignificancia de lo que somos. La pandemia inflige otra herida más a nuestro narcisismo: lejos de los dioses, lejos de la conciencia y finalmente muy lejos de controlar el mundo. Damnificados por lo real, la ciencia no puede cubrir aún este daño y muestra (por lo menos hasta ahora) su castración.
La soledad aparece en primer plano y nos muestra indefensos, infantiles y temerosos del futuro.
Igualmente no todo es pérdida, revelamos una capacidad de adaptación a los cambios. Estamos aprendiendo a tolerar vivir en un mundo desconocido. Extrañamos un poco más y nos damos cuenta que somos menos independientes de lo que creíamos. Llegamos a la conclusión de que necesitamos muchísimo menos de lo que pretendíamos. El animal voraz de las compras está controlado por el Covid-19.
El tiempo dirá si estos cambios son duraderos o simplemente fueron una reacción momentánea.
Quizás, como nunca antes, la enseñanza que podemos sacar de todo esto sea que todo es efímero, nada es eterno y que somos como dice el nobel escritor Ocean Vuong, “fugazmente grandiosos en la tierra”.