Un discurso obsesivo: "Amores rojos"

¿No me entiende verdad?

No me extraña, es difícil de entender.

¿Que le hable de ella? Por donde empezar, mejor por el final, ¿verdad?

No tuve noticias suyas por demasiado tiempo, casi una eternidad. Al principio eso me angustiaba; después, con el tiempo, entendí que era lo mejor y agradecí que así fuera, porque la ignorancia es una de las mejores maneras de olvidar.

Sí, fue un tiempo de tranquilidad despejada de pasiones coléricas.

¿Por qué digo coléricas? Porque siempre son así, ¿o no?

No obstante, cuando todo parecía estar acomodándose en mi vida, surgió como un vendaval. Es que ella es así: un tornado, una tormenta de verano que no da tiempo a guarecerse.

¿Si hacía mucho tiempo que no la veía?

Sí, por lo menos diez años. Asomó sin más y en el lugar menos pensado. Me había imaginado muchas veces el encuentro, pero nunca de esta manera. Fue en un evento social sin importancia, de esos a los que uno va por obligación. Un conocido que pretendía ser artista plástico presentaba lo que él llamaba “su obra”. La misma, como el vernissage, eran absolutamente olvidables, hasta que contemplé al único objeto de valor de aquella sala: ella. Fresca, hermosa, desenvuelta como siempre, como hacía una década.

Quedé embrollado, como un colegial enamorado. Ella guardó silencio, era hábil y lo sigue siendo. Su mirada, entre tierna y rencorosa, era suficiente para indicarme que el tiempo no había pasado. Su olor me envolvió por completo; una fragancia imperceptible que me transportó a otra época. A veces pasa con algunos aromas: tienen la particularidad de arrastrarnos a lugares olvidados. Son recuerdos imperecederos que pueden estar dormidos por años hasta que aparecen con una fuerza tan potente y real que dejan a lo cotidiano en un segundo plano.

Quise ser ocurrente pero no me salió nada; enmudecí o, lo que es peor, volví a ser el que era diez años atrás.

Ella pareció no notarlo. No, en realidad creo que sí lo percibió y lo disfrutaba. Quizás esa indiferencia fuera su pequeña venganza: provocar mi mutismo. ¿Quién lo sabe?

Apoyó los codos en una mesa con despreocupación y me dijo punzantemente: ¿y... seguís siendo feliz?

Hay personas que tienen la habilidad de destruir, de angustiar, de golpear con una sutileza imposible de enfrentar. Ella es una de esas.

No está entendiendo nada, ¿verdad? Bueno, empiezo por el principio a ver si es más fácil. La conocí hace años. Quedé cautivado por su belleza. Era una pelirroja desbordante.

Tengo una teoría sobre las pelirrojas; las rubias son bonitas y por lo general tontas, las morochas son sufridas y contemplativas, pero las pelirrojas son peligrosas, como la femme fatal de Roger Rabitt. ¿No miró esa película? Bueno, no importa.

Pero más allá de su belleza me conmovió su historia. La habían abandonado sus padres; no, en realidad se fueron desentendiendo de ella, lo cual puede ser peor. La depositaron con unos tíos como quien deja una planta y se va de vacaciones. Poco a poco se fueron alejando de su vida hasta desaparecer por completo.

Sin embargo, ella no quedó deshecha. Hay personas que tienen la posibilidad de recrearse una y otra vez. Salió adelante con esa vida nueva que se le imponía. Una historia terrible para empezar, ¿verdad?

Con el tiempo logró transformarse en una hija para esos tíos. Dije bien, para sus tíos, porque ella nunca los aceptó; simplemente aprendió a ser una buena actriz y se dio un lugar en esa familia para sobrevivir. El vínculo funcionó fantásticamente bien hasta que consiguió trabajo; allí mostró su poder camaleónico por primera vez: se fue para siempre de esa casa, de sus tíos y de esa vida.

No, no los vio nunca más; terrible. Sí, una historia de abandonos; desamparada y desertora al mismo tiempo, y por si fuera poco pelirroja, difícil de entender.

¿Me sigue?

La cuestión es que siendo apenas una adolescente ya vivía sola. Nunca me habló de su pasado; lo que le estoy contando es lo único que conozco. Seguramente deba ser mucho más complejo, pero alcanza para advertir el sufrimiento de su vida. Ignoro si tuvo algún problema con sus tíos porque cuando la conocí ya no formaban parte de su mundo afectivo.

Trabajó en diferentes lugares, hasta que en uno de ellos se enamoró de su jefe. Un hombre mayor, bastante mayor y aburrido, al menos por lo que yo entendí o lo que prefiero imaginar; pero la quería, de eso no había dudas.

¿Por qué digo que no tenía dudas? Y... porque dejó a su mujer y a su hija por ella.

¿Usted se imagina que un hombre deje a su familia de la noche a la mañana? Difícil, ¿verdad?

Le diría que imposible para la mayoría. Solamente se podría entender cuando un hombre enloquece de amor por una mujer, una locura alarmante, una locura que sólo pueden engendrar las pelirrojas; la de una pasión colérica, como le dije anteriormente. Y este hombre estaba enamorado, de eso no había dudas.

¿Sabía usted que una investigación que se realizó en Alemania sobre las mujeres pelirrojas arrojó como resultado que son las que más disfrutan del sexo? Parece ser que son las más activas en la cama. Seguro que no sabía eso, ¿verdad?

Las pelirrojas son de temer. Si no, piense en Erzsebet Bathory, "La Condesa Sangrienta", que en el siglo dieciséis mató a más de seiscientos cincuenta jóvenes doncellas para bañarse en su sangre. Creía que así se mantendría joven y bella. A los trece años quedó embarazada de uno de sus sirvientes y al pobre muchacho lo castraron y lo arrojaron a los perros.

¿Me sigue? Las pelirrojas son apetecibles pero temibles.

¿Cómo alguien puede dejar a su mujer y a una hijita de un día para el otro? No me lo puedo imaginar, pero él pudo. Seguramente hay hombres que pueden hacerlo. Yo no soy de esos.

¿Que si yo no me considero un hombre?

No, no tiene que ver con eso. En mi caso fui criado para ser responsable, para ser un buen hombre. La verdad es que me siento bastante angustiado con esa pregunta que me hizo.

¿Por qué sonríe?

Volviendo al tema, este hombre la cuidaba y la protegía, algo que ella no había vivido antes.

La conocí en esa época. Hacía pocos meses que vivían juntos, lo amaba y hablaba de él todo el tiempo. Exteriorizaba un amor completo, sin fallas. Me costaba creer que alguien pudiera amar así, o mejor dicho que pudieran amarse de esa manera tan viva; mucho más viniendo de una pelirroja. Ese tipo de mujer no ama; dice amar.

La verdad es que yo nunca había sentido algo así en una relación de pareja. Sentí envidia por eso. De alguna manera yo también quería ser un hombre así.

Sí... otra vez salió lo del hombre. ¿Pero usted no entiende? No tiene que ver con la sexualidad. Yo quería protegerla como el marido.

Tiene razón. Nunca lo había pensado, quizás quería ser el marido.

¿Usted no cree que todos queremos amar completamente hasta perdernos en el otro? ¿Ser lo que el otro ansía?

Me puse demasiado filosófico, disculpe. Como le decía, también percibía que tras ese amor irreprochable pasaba otra cosa en esta mujer. Algo mucho más subjetivo, algo que solamente yo distinguía: una auto-destructividad inquietante. Quizás sea la naturaleza de las pelirrojas.

Atrás de esa mujer enamorada vislumbraba una cierta picardía que daba por tierra con ese enamoramiento. Le confieso que cualquiera de las dos caras me fascinaba: por un lado, una mujer digna y por otro, la impropia.

¿Por qué separo a las mujeres en buenas y malas? No disocio, pero siempre entendí que hay mujeres buenas y malas. Mi padre me decía: “Las minas son las minas y la mujer es la mujer”.

Y ella, además, era pelirroja.

¿Me entiende?

La cuestión es que nos hicimos amigos poco a poco. En realidad mi interés siempre fue algo más y estoy seguro que ella lo sabía. Jugar ese juego siempre me gustó: tirar de la cuerda sin romperla. Si ella era digna como yo creía, me dejaría siempre en una seducción entrelíneas; en un coqueteo sin implicancias.

Insistí, sabía que estaba mal, pero era inevitable. La arrastraba en esa marea destructiva. Por primera vez en su vida encontraba reposo y ahora yo hacía todo lo posible para arrancarla de ese lugar por nada.

¿Si la quería? Claro que la quería, pero ¿qué importancia tiene? Eso no significa necesariamente que pretenda que deje al marido o que se mudara conmigo.

¿Y por qué empujaba, entonces? !Y yo que sé! Porque así somos los hombres. Por eso estoy acá, ¿no?

Mire que fantaseé muchas veces con irme a vivir con ella, pero no me animaba a imaginarlo totalmente. Me daba miedo dejar mi tranquilidad, pero sobre todo me daba miedo ella.

Sí, ella; por su historia, por esa cuestión oscura que la atravesaba. Quizás tenía miedo de que también me abandonara. No sé, quizás por ser pelirroja.

La cosa funcionó así por meses, como una telenovela lenta pero con un final inexorable. Estaba escrito.

Poco a poco dejó de hablar de su marido, después el silencio se convirtió en descontento y finalmente en indiferencia.

Empezamos a ser amantes. Estaba escrito, como le dije.

Nuestros encuentros eran furtivos, ardientes y desquiciados, pero ostensibles a los ojos de los demás. Siempre pasa con los amantes: viven en otra dimensión, creen que nadie se da cuenta, que todos son ciegos, hasta que tardíamente entienden que los ciegos son ellos.

Me sigue, ¿verdad? Bueno, acá comienza el final. Una tarde, con el pretexto del festejo de un cumpleaños de un sobrino en la casa de mis padres, la invité para vernos; era una buena excusa para escaparse del marido.

Mis padres estaban en buena posición económica y poseían una casa de dos plantas. Una construcción sólida con un lindo jardín y un fondo enorme.

En el primer piso se desarrollaba la fiesta infantil, un tumulto de gente. En la planta superior, nosotros dos. Una fiesta diferente.

Pero cualquiera que duerme alguna vez despierta. Y el marido despertó. Desconfiaba desde algún tiempo atrás y las suspicacias silenciosas se alimentaron con los actos cotidianos: una llamada sospechosa, una tardanza... La sumatoria de los elementos adquirieron solidez con el tiempo.

El marido en algún momento se despabiló, no sé cuando fue, pero intuía que yo era el amante. Sólo necesitaba la prueba final.

El día del cumpleaños se acercó a la casa de mis padres y se encontró con una cantidad de autos, entre tantos el de ella. Sin embargo no se quedó con la idea del festejo familiar. Debía tener una intuición temible porque dejó su auto a media cuadra y se acercó caminando. Sigiloso como una pantera al acecho de la presa.

Llegó a la casa y miró por las ventanas de la planta baja, escuchó el bullicio, pero no vio a su mujer.

El merodeador menos imaginado recorrió las ventanas para verla. Al fin de cuentas era su esposa y tenía derecho.

Desconfió, como todo hombre engañado, y decidió utilizar una forma extraña para ingresar a la casa: trepando.

¿Se imagina? Igual que un ladrón. No debe haber sido fácil porque es una casa vieja, de medidas importantes.

Las ventanas lo ayudaron. Daban al fondo; tuvo que entrar por atrás, silencioso. Usó la reja de la ventana como escalera.

Subió hasta el balcón del cuarto principal; era donde estábamos con la pelirroja.

Conquistó la terraza como un escalador experimentado. No era un atleta, pero sí lo suficientemente ágil como para cumplir con su objetivo.

Insólito premio el de su hazaña: contemplar un adulterio.

Prefiero no ahondar en detalles. Usted se imaginará en qué situación nos descubrió.

Abrió la ventana con una fuerza inusitada, estaba enfurecido, pero cuando estuvo frente a ella quedó inmóvil. Solamente eso, la observó y luego de segundos interminables le dijo: “¿por qué lo hiciste?”.

Sin golpes, sin insultos, yo parecía no pertenecer a esa escena. Nunca estuve en su campo visual, no parecía importarle, o no estaba a su altura. Hubiera preferido una golpiza de su parte, una reyerta, pero nada. Me ignoró como si no tuviera nada que ver en el asunto. ¿Se da cuenta?

¿Cómo que “y si no tenía nada que ver”? ¿Soy invisible acaso?

Claro que me molestó. Cómo no me va a fastidiar que me dejaran por fuera. Ella lloraba y le pedía perdón, pero no había vuelta atrás. Intenté interceder pero sólo encontré la indiferencia de las dos partes. Ninguno de los dos reparó en mí.

A los que sí tuve que dar explicaciones fue a mis familiares que estaban abajo. La fiesta se convirtió en tragedia. Ellos sí que me miraron de una forma reprobatoria.

Nuestras vidas cambiaron a partir de ese incidente.

El marido la dejó inmediatamente y no quiso verla más. Creo que más que por venganza, por el temor de verla nuevamente y flaquear.

Por favor, tome en cuenta lo que le dije acerca del poder de las pelirrojas.

Él sabía que ella era más fuerte y que podía destruirlo otra vez. Por eso la dejó. Esa es mi teoría.

Ella se fue a vivir sola. Nunca la vi llorar por ese hombre. Hizo como si nunca hubiera existido en su vida. Una historia trágica, pero siempre la vida tiene un poco de eso.

¿Y yo? No entiendo su pregunta. ¿Si mi vida no cambió?

¿Y yo que tenía que ver? El problema era de ellos; de él y de la pelirroja.

No podía ayudarla, no estaba preparado, era todo muy rápido y tenía que pensar. La verdad es que me abrí de ella cobardemente.

¿El tema de cuidarla? Buena pregunta; nunca lo había pensado. La verdad es que me invadió un miedo tan grande por su indefensión que me borré. No pude hacer otra cosa.

Quizás no quería ser su marido. Nunca viviría con una pelirroja, les tengo miedo, especialmente a ella. Por eso dejé de verla por años, hasta que apareció casualmente en el vernissage.

Hablé con un amigo que ya está cansado de soportar mis rollos con las mujeres y me dijo que consultara con usted. Él fue el que me dio su teléfono.

Le hice caso y me decidí a venir. ¿Usted qué piensa?

¿Cómo que no me va a tomar como paciente?

¿Por qué?