Todos somos Messi

Cientos de cámaras, miles de celulares, millones de ojos atentos al ídolo, a los movimientos del objeto agalmatico que brilla como nadie. Aquel que impulsa a sus compañeros al triunfo,el capitán, el ídolo, aquel del gol de tiro libre desde un lugar imposible a un ángulo imposible, aquel que logra hacer cosas con la pelota que no pueden explicarse. Algo inhumano, algo reservado para algunos Dioses. Porque los futbolistas actuales tienen algo de Dioses o de Héroes. Una sociedad que sigue necesitando de creer en algo.
Pero sucede la desgracia, y Messi erra el penal y la posibilidad de ganar el campeonato; y el Dios se muestra como un mortal, algo imperdonable para estos seres. Aparecen los Judas virtuales, que esperan su momento para vociferar. Lo cuestionan, lo destruyen, lo despojan.
Nada más desolador que un Dios trágico, ya no merece la mirada de las cámaras, ni de los celulares, ni de los ojos. Solo la estridencia de las voces disarmónicas de los Judas.
Messi, herido de muerte, devastado. En una soledad que conmueve, que lastima.
Nadie lo acompaña, ni sus compañeros, ni sus técnicos, ni siquiera algún fanático que ingrese clandestino al campo de juego como otras veces. Messi, en el gigantesco estadio lleno de gente, frente a millones de miradas en todo el mundo, solo como nadie.
Messi va por primera vez al banco de suplentes, parece que quiere ser suplente de ese héroe que fue. Se sienta y nadie comparte la suplencia con él, parece su destino, estar solo en la tragedia. Porque quizás de eso se traten las tragedias, de la soledad de quien la vive.
Messi, un héroe desolado, que muestra la contradicción de lo humano, porque en definitiva Messi es más humano que cualquiera de nosotros.