El día que Messi conquistó París.


Hernán Casciari en un cuento llamado “Messi es un perro” escribe que mirando en Youtube descubre que “el video muestra cientos de imágenes en las que Messi recibe faltas muy fuertes y no se cae. No se tira ni se queja. No busca con astucia el tiro libre directo ni el penal. En cada fotograma, él sigue con los ojos en la pelota mientras encuentra equilibrio. Hace esfuerzos inhumanos para que aquello que le hicieron no sea falta, ni sea tampoco amarilla para el defensor contrario”. 


Messi no se queja, no insulta, no es estridente. Messi es la antítesis del Diego, del Diegote, del exceso, de la estridencia. 

Messi habla bajito, es familiero, es amigo de sus amigos. No hace escándalos fuera de la cancha ni dentro de la misma. No se ofrece tanto como objeto agalmático como Maradona. Messi no es un sujeto tan interesante mediaticamente, no hace ruido. 


Pero Messi, como el Diego, también tiene caídas: finales perdidas, penales errados, renuncias a la selección. Y poco a poco se va mostrando su lado más humano, ese que hace engordar el ojo ajeno, ese que lo hace parecer más próximo. Ese que nos deleitó hasta el éxtasis cuando le gritó a un ex compañero del Barcelona Jerry Mina, defensa colombiano: “¡Bailá ahora!”, después de errar el penal en la última Copa América. Un verdadero punto de inflexión para nosotros, uruguayos castigados y humillados por el baile provocador y mezquino del caucano defensor. Messi definitivamente torció el destino y se hizo más próximo que nunca, casi uruguayo para nosotros. Messi dio muestras de la “garra charrúa”.

Nunca probablemente se dio una circunstancia igual donde personas de todo el mundo dejaron de hinchar por una selección y lo hicieron por un jugador. 

Messi, luego de mucho sufrir por años, donde la suerte le era esquiva, logró el campeonato esperado.

Ahora si el héroe se transforma en héroe oficial. Ya nadie lo discute.


Pero las vueltas de la vida, que es democrática y ataca a pobres y ricos, mostró su cara más feroz. Apenas unos días de vacaciones y se encontró con la sorpresa que su equipo de fútbol de toda la vida le daba la espalda. Messi de un día para otro sintió lo que es ser abandonado. Apenas tuvo tiempo para despedidas, con el estadio más vacío que nunca el hijo adoptado por Barcelona se fue por la puerta chica.

En un mes pasó de la gloria al ostracismo, exiliado sin quererlo, repetía la propia tragedia de su entrañable amigo Luis Suárez. En el fútbol no hay lugar para romanticismos ni lealtades. 


Messi más hombre que nunca lloró desconsolado en la conferencia de prensa que le hicieron de despedida y a las apuradas. 

Messi lloraba, el camarógrafo que registraba la escena lloraba también y nosotros que observábamos lo que el camarógrafo registraba llorábamos también. El mundo global, el ojo instantáneo, el llanto que contagia en el imperio de las imágenes.

Antonella, su mujer, le alcanza un pañuelo. Gesto de amor que es reivindicado mundialmente. Todos además de amar a Messi aman a Antonella por el gesto, simple, sencillo, que tendría que ser habitual pero que en este tiempo, mucho más cerca del goce que del amor parece no serlo.

Sin querer se arma otra escena donde el héroe caído en desgracia tiene el apoyo de su familia pero también de todos los que ahí estamos observando como voyeurs embelesados. Es que los héroes tienen eso, generar la admiración a distancia.

Messi se despide entre aplausos y parte rápidamente a un nuevo destino. 

Los héroes tienen otros tiempos, viven a otro ritmo.

Es tan rápido lo que sucede que solo podemos adherirnos a las imágenes sin analizar demasiado el contexto.


El pañuelo en el que lloró Messi no alcanza a secarse cuando Messi está en el aeropuerto de París, con una remera alusiva a la ciudad, un Rolex de oro rosa saludando a sus nuevos seguidores.


Todo esto: salir campeón de América en Brasil, ser despedido en Barcelona  y ser recibido como héroe en París en menos de treinta días. Imposible para cualquier mortal asimilar estos embates de la vida. 

Por eso tenemos que pensar que solo Messi, quizás si verdaderamente un héroe, lo puede hacer.

Hoy los mitos han dado lugar a estos héroes modernos, donde la imagen constituye la forma predilecta del decir contemporáneo y Messi más que nadie nos muestra que la subjetividad sigue construyendo héroes para poder generar ficciones que nos abriguen.

“La depresión mediática”

 La depresión es noticia, mucho mas cuando se la asocia al suicidio. Los medios le están dedicando muchos minutos al tema a partir de testimonios variados y opiniones técnicas. Un tema complejo que termina convirtiéndose en exceso de información, donde no solamente no se esclarece el tema, sino que muchas veces genera un efecto contrario a lo que pretende hacer: la confusión generalizada. 

El término depresión se ha convertido en una expresión que no dice en verdad nada de quien la padece, sino que se transforma en una enfermedad a secas o lo que es aún más complicado se confunde con una epidemia en la cual cualquiera de nosotros podemos caer. Se trataría para quienes manifiestan esta postura, de una enfermedad sigilosa que acecha, una especie de virus que “infecta” y de lo que nadie estaría a salvo.  

Muchos entienden, además, que este problema global exige soluciones globales, por lo que se embanderan en una especie de cruzada contra ese enemigo llamado “depresión”, borrando la singularidad de esta manifestación clínica e impidiendo en su estrategia el poder escuchar lo que se esconde bajo ese velo que enmarca la tristeza.


A mi modo de ver nada más lejano que eso. Es necesario hacer un abordaje diferencial de la depresión ya que duelo, melancolía, angustia, inhibición, pasaje al acto, rechazo del inconsciente, tristeza, dolor de existir,  son algunas de las formas que asumen las depresiones. ¿Se trata de lo mismo todas estas expresiones del dolor psíquico?

El afecto depresivo es una de las modalidades de cierto encuentro con el objeto, y por consiguiente, con el modo de goce. Por tanto es diferente para cada “depresivo” y creo que es imposible sustraernos de esta cuestión.


Freud aportó a la psiquiatría clásica, marcada por la descripción de los fenómenos, de un instrumento de comprensión necesario que permitiera profundizar en lo que está oculto a las manifestaciones clínicas de la tristeza. Esperemos que eso no sea olvidado en un tiempo donde lo mediático gana terreno y los gurús emocionales enarbolan banderas con la aplicación masiva a una lógica que no existe, ya que siempre es de uno en uno.

El Beril


El Beril tiene una historia singular, ya que esa casa ahora devenida en bar musical, fue la casa de mis veranos infantiles. Construida por mi abuelo paterno y después mejorada por mi padre, fue disfrutada por tres generaciones, hasta que por temas económicos debió venderse. Ahí, sin dudas, fue el fin de una etapa de mi vida que recuerdo con mucho cariño.
Confieso que me daba un poco de curiosidad saber cómo iba a reaccionar cuando la visitara. Más allá de las modificaciones que se habían producido en tantos años, estaba la esencia del cuerpo robusto de material que mira al mar.
La recorrí como un explorador que llega a un lugar nuevo pero conocido a la vez, como un antropólogo de mis propios recuerdos transfigurados por el presente. En el fondo de la casa estaba el corazón del bar: la cocina. Donde está ubicada la heladería fue mi cuarto en esa infancia veraniega. El de mis padres fue tirado abajo para que el comedor fuera más amplio y brindara más posibilidades para los clientes. El baño, increíblemente, seguía siendo el mismo, de baldosas cuadradas azules y blancas. Parte de la cocina original se mantenía conservada también. Lo más íntimo de la casa permanecía intacto. Me llamó la atención observar muchos de los muebles de mi época, parecían querer resistirse al paso del tiempo, como soldados peleando por seguir vivos.
Una experiencia extraña la de entrar en mi pasado de esa manera, similar a estar instalado en parte de mi historia, pero en el presente.
Se escuchaba música y risas en el bar, se percibía una alegría jovial y veraniega, similar a la que supe vivir allí, algo que parecía imbricarse con el presente.
Me hubiera gustado encontrar a mis padres allí, recuerdo cómo reían y bailaban en el patio de esa casa con las estrellas como techo. Recuerdo nítidamente esas reuniones donde siempre había una excusa para el canto y el baile, donde los niños participábamos por igual. Con mi hermano y una prima habíamos conformado un trío musical que tenía su número fijo en esas algarabías. Se permitía reír sin censura y cada uno a su manera ofrecía lo que tenía: su voz, su gracia, la imitación de algún familiar, sus cuentos.
Comí una hamburguesa casera y algo del la memoria gustativa emergió. Recordé las hamburguesas de mi abuela Blanca y su canturreo cuando las preparaba. Una melodía silbada brotaba mientras las elaboraba. El Beril en ese momento se transformó en esa pieza suelta de mi historia que me golpeaba en todos los sentidos, con la comida, las risas, la música y el olor a mar. De alguna manera, otra vez se reunían mis padres y mis tíos, mis primos, mis abuelas, los amigos, los perros, pero en forma de otras personas que también disfrutaban. En ese preciso instante reí yo también, cómplice de mis propios desvaríos y casi pude escuchar las músicas de esas épocas.
El Beril se convirtió en una bella nostalgia. Pensé que mis padres, tíos, abuelos y amigos que ya no están, estarían felices de esta coincidencia pícara de la casa devenida en lugar de encuentro, de una metamorfosis donde la esencia más íntima perdura. 0tra vez miré ese mar que acompañaba esa escena.

Bitácora marina: capítulo 6 Bienvenida Camila Sosa Villada al universo literario



Bitácora marina: capítulo 6
Bienvenida Camila Sosa Villada al universo literario
El mar golpea sin tanta fuerza como días atrás. El viento parece asociarse para convertirse en un día de verano como esos que soñamos.
Un perro y un niño corren por la arena sin preocupaciones, la vida parece ser tierra amarilla y de agua salobre. Un momento en que la vida se detiene. Un momento al que nos gustaría aferrarnos por siempre.
Sin embargo me pongo a leer un libro que no tiene nada de paradisíaco, se trata del testimonio autobiográfico de Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982) llamado “Las malas”. Una historia invernal de alguien que ha querido dejar testimonio de cuando su vida estaba marcada por la orfandad del sexo, la violencia en su forma más marginal y brutal y la soledad desmedida.
La novela gira en torno alguien que busca encontrarse, construir una personalidad para poder sostenerse, todo esto inmerso en la problemática del travestismo en una ciudad inquietante y noctámbula. Pero en este universo que se presenta tan hostil, aparecen personajes entrañables, que la acompañan en ese trayecto de cruzar el umbral para convertirse de Cristian en Camila.
Me impacta la forma en que escribe, como deja su cuerpo desgarrado en el texto, compone desde el abismo marginal de los desclasados, de los incomprendidos, desde el mismísimo infierno pero de una forma poética, sin golpes bajos, ni autoindulgentes. Y nada tiene más valor -al menos para mí- de transformar el dolor en una forma de poesía y de realizarlo más allá de toda barrera.
Una de las primeras frases golpea de tal forma que conmueve y nos prepara para lo que viene: ‘’Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo’’.
Desde una singularidad que emociona Camila muestra como su infancia es la impronta de su presente. Una primera historia ya marca el desarrollo sorprendente de este libro, un niño abandonado en un bosque baldío es rescatado por la tía Encarna, la líder del grupo de las travestis. El bebé a punto de morir de la forma más cruel y desalmada que podemos brindarle los humanos, es alimentado y bañado por esta tía. Un niño salvado. El momento inimaginable, esos que la ficción no es capaz de inventar, y solo se originan en la realidad misma, es cuando el crio se acerca al pezón y empieza a succionar en medio del canto de cuna que ella le ofrece. Un pezón vacío, un paraíso de plástico. Un lugar impropio pero que es bien recibido por un niño indefenso.
Muy diferente al niño que yo observo en la playa corriendo junto a su perro.
Dos niños diferentes, escenarios diversos, universos desiguales.
Pero el bebé desvalido, aun sin playa ni perro, logra calmarse, porque mas allá de estar bañado y alimentado con leche suplementaria, encuentra algo del calor de una madre, de un pecho materno, más allá que no sea una madre ni siquiera un pecho real materno, igual cumple la función más importante e imprescindible, esa que tiene que ver con dar amor. Y esa travesti, tía y líder de la manada, esa que también oficia de madre para la autora del libro, logra aquello quizás insustituible, lograr amedrentar la angustia y el dolor. Es Camila ese bebé que puede encontrar un poco de paz en esa escena sorprendente, un momento donde el terror de la infancia es apaciguado, donde el horror de ser diferente se desvanece. Solo esta pequeña historia ya vale el libro entero.
Me gustan los escritores que retuercen la historia personal y lo llevan a otro plano, a uno donde lo poético puede tapar aquello horroroso que nos habita.
Bienvenida Camila Sosa Villada al universo literario.
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Gaby López Introini y Carina Magnou Biscotti
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