Amores Borgianos

El 14 de abril de 1977 no fue cualquier día para Ivana Muraña.

El calendario marcaba un acontecimiento crucial en su vida, y en la medida que tuviera algo de suerte, sólo un poco, implicaría un cambio radical en su existencia; y el primer mojón en este nuevo camino se llamaba Jorge Luis Borges.

Se preparó con tiempo para la ocasión, pelo recogido, un vestido verde oliva y zapatos al tono, seguramente muy diferente a las heroínas del mundo borgiano con sus vestidos floreados y sus malos modales, pero prefería un estilo moderado, casi desapercibido. Acudió a la conferencia de Borges, en hora, con el único objetivo de poder entrevistarlo. Estaba resuelta a conseguir esa nota como diera lugar.

Su vida si bien no aparentaba como monótona, no había dejado ninguna estridencia en los treinta y cinco años de existencia. Recién se había separado luego de unos años de feliz desdicha, no tenía hijos y tampoco ningún arraigo mundano que la atrapara realmente.

Determinada, se sentó en los primeros lugares del teatro, esperando el momento oportuno. La exposición de Borges duró un poco más de una hora y no agregó nada nuevo a lo que Ivana ya había escuchado en otras ocasiones. Pensó que no debía ser demasiado fácil para él, con su ceguera a cuestas, poder preparar esa cantidad de entrevistas y conferencias interminables. Es que Borges se había convertido en eso, una especie de acto circense, de maratonista hablador que recorría el mundo. Seguramente su última mujer tendría que ver mucho en esto, pero eso era harina de otro costal, lo que importaba en ese momento era conseguir la nota.

Cuando finalizó la presentación, una interminable hilera de personas se apretujaba para conseguir el saludo del maestro, con el afán, no de una mirada, pero sí de una palabra o de un apretón de manos. Cuando Ivana por fin pudo llegar, se estremeció. En su fantasía imaginó conmoverse con la mirada errante y esquiva del maestro, quizás con la fragilidad que irradia un viejo ciego y enfermo, sin embargo, nunca imaginó trastornarse con la lóbrega presencia de María Kodama, que hablaba empañando la luminosidad de la situación y parecía empequeñecer aún más la enferma figura de Borges.

Más allá de la conmoción del momento -la de Kodama me refiero- tenía claro su objetivo y no lo iba a dejar pasar. El encuentro con Borges, un consagrado de la literatura mundial, podía ser el comienzo de algo, el inicio, para ella, en el mundo del periodismo en serio. Trabajando free-lance en una revista de informática parecía imposible. Se imaginaba algunas veces viajando por el mundo entrevistando personajes famosos, una especie de Oriana Falaci uruguaya. Y esa posibilidad ya estaba al alcance, esa posibilidad tenía un sobrenombre: “Georgie”.

Lo miró fijamente, él no respondió (no por descortesía sino porque le era imposible), le estrechó la mano delicadamente, un apretón agradable y femenino que Borges, especialmente adiestrado en el arte del tacto, rápidamente captó. Orientó el micrófono del grabador, tomó aire y coraje y cuando iba a formular su primera pregunta, el inicio de su colosal carrera, el principio de una vida de verdad, quedó imposibilitada.

El destino parecía propiciarle una broma de mal gusto, comenzó a sentir una sensación extraña, intensamente rara: su cuerpo empezaba a adormecerse. Recordaba, en los años de estudiante, haber leído algo sobre el comportamiento catatónico y era lo que parecía estar experimentando; los músculos de su cara comenzaron a contraerse e intentaban funcionar sin coordinación alguna, lo cual producía una sonrisa discordante, por no decir grotesca. En palabras más sencillas: Ivana Muraña se había convertido en una especie de marioneta con sonrisa.

Un vacío intenso, atrapante y siniestro la enroscó. Podía recordar las preguntas que una y otra vez escribió y memorizó para el encuentro, pero no podía expresarlas, tampoco podía salir del paso con un comentario, una acotación, o un chiste, nada. Se había quedado sin gestos, congelada.

Borges, mientras tanto, parecía distante del bullicio y de la angustia cataléptica de Ivana. Aferrado a su bastón se mecía casi en forma autista como un budista Zen en pleno trance. El silencio pareció interminable para ella, para los otros que estaban esperando, pero sobre todo para la Kodama, que justo en ese momento era interrumpida por los organizadores del evento. Borges parecía disfrutarlo.

-Esto es deliciosamente raro, -dijo Borges- que no me pregunten me refiero, generalmente siempre me preguntan frecuentemente las mismas cosas. La primera es si soy argentino. Les digo que sí. Otra pregunta repetida es si todo lo que escribo lo hago primero en inglés y luego lo traduzco al español. Yo les digo que sí, que, por ejemplo, los versos: "Siempre el coraje es mejor, / nunca la esperanza es vana, / vaya pues esta milonga, / para Jacinto Chiclana" se ve en seguida que han sido pensados en inglés; se notan, inclusive, las vacilaciones del traductor. Otra pregunta frecuente que me efectúan es sobre cuál ha sido el momento más importante de mi vida. Son preguntas que no tienen contestación, porque los momentos más importantes... uno generalmente se da cuenta de cuáles son mucho tiempo después (si es que se da cuenta). Además, ¿qué quiere decir más importante? ¿Más importante emocionalmente?[1][1]

Ivana seguía en esa especie de estupor catatónico, auto-impuesto y de difícil dilucidación. Su cara se había transformado en pura desesperación, por suerte para ella, Borges no la veía y parecía disfrutar del monólogo y María Kodama estaba enfrascada en una discusión con los organizadores.

-Fíjese que hasta Bernardo Neustad me hizo un reportaje, me preguntó si era feliz, se dará cuenta que si bien no es una pregunta inteligente, es una pregunta difícil, muchas veces me siento solo. Pero tengo amigos, pocos pero buenos; tengo gente que me quiere. Y tengo además un refugio que no todos tienen y es el hecho de que esencialmente soy un escritor. Mal escritor, buen escritor, eso no importa. Lo importante es poder refugiarme en la literatura, eso es lo que más me ayuda a escapar de la soledad.

Y usted querida, ¿se siente sola?

El mutismo de Ivana seguía incambiado y lo que era peor parecía empezar a afectar todo su cuerpo. Comenzaba a parecerse a una estatua de piedra, inconmovible.

-Mire que se lo digo –continuó Borges- porque desgraciadamente del amor entiendo.

Su silencio, lo entiendo como una invitación para que siga hablando, el amor, desgraciadamente pienso que trae más pesares que placeres. Ahora claro que la felicidad que da el amor es tan grande que más vale ser desdichado muchas veces, para ser feliz algunas. Yo creo que todos nosotros hemos sido muy felices con el amor alguna vez y también creo que todos hemos sido muy desdichados muchas veces. El amor le ofrece a uno esa incertidumbre, esa inseguridad del hecho de poder pasar de una felicidad absoluta a la desdicha; pero también de poder pasar de la desdicha a la brusca, a la inesperada felicidad. Pienso que es una experiencia y uno no debe rehusar experiencias.

Quizás la experiencia más importante de mi vida sea la literatura. Yo consagré toda mi vida a la literatura. Siempre supe, desde que era un niño, que mi destino sería literario, es decir: yo me veía siempre saturado de libros como en la biblioteca de mi padre, quien quizá me dio esa idea. Y bien, sabía que pasaría toda mi vida leyendo, soñando y escribiendo, y publicando, pero eso no es importante, no hace parte de un destino literario, pero en fin... yo hice eso. Hice lo posible para leer los libros que me gustaban. Tuve conciencia de que la lectura debe ser considerada no como una carga, sino como una fuente de felicidad, posible y fácil. Entonces voy a contarle, puesto que estamos hablando de una manera tranquila, espero, mis experiencias personales. Y bien, yo camino por las calles de Buenos Aires, por la Biblioteca Nacional, que dirigí hace un tiempo y que dejé después, y, de pronto, siento que algo va a llegar. Entonces espero. Ese algo llega. Es quizá una fábula, una noción cualquiera, que no concibo de manera clara, pero percibo siempre el comienzo y el fin y después me toca inventar lo que hay entre esas dos cosas. Hago lo que puedo. Después siento que esa idea exige, digamos, un cuento, un poema, un ensayo. Eso me es revelado después...[2][2]

Las lagrimas comenzaban a rodar por las mejillas de Ivana, no por la emoción de las confesiones de Borges, sino por su mutismo repentino, por la imposibilidad de la réplica, justamente a ella que se caracterizaba por su verborragia. Sólo podía pensar en su sueño hecho trizas.

María Kodama, que había estado ocupada, volvió a sus funciones aún más oscura y embebida en ira que antes, cuando comprobó que seguía allí la misma mujer con aspecto dócil que había dejado, y lo que era aún más insólito, sumergida en una charla con Borges; no lo pudo soportar, quiso correrla a empellones; de hecho era una afrenta para ella que esta mujer que parecía paralizada concitara atención al maestro y además sin pagar nada a cambio.

Apartarla no fue tarea sencilla, no porque Ivana propusiera resistencia, sino porque era como mover a una estatua viviente, a esa altura la catatonía de esta laberíntica mujer era total.

Kodama, cuando a duras penas estaba logrando arrastrarla unos centímetros, escuchó un pedido vehemente de explicación por parte del público que quedaba. El reclamo nada tenía que ver con el atropello que allí se vivía -que parecía no importarle a nadie- sino por un acontecimiento indescifrable, de los tantos, de Borges de haber ido a recibir a Chile por una condecoración dada por manos, nada menos, que del gran dictador. María Kodama, dejó de empujar a Ivana, para responder a los gritos al atrevido. Borges seguía impertérrito aferrado a su bastón.

-No fue ningún premio de Pinochet. Él fue a recibir un doctorado Honoris Causa de la Universidad Católica de Chile y Pinochet lo recibió como lo recibió. Si los que dicen eso se ocuparan de estudiar protocolo, sabrían que cuando una personalidad es condecorada o recibe un doctorado, entonces es una obligación del protocolo que el presidente lo reciba.[3][3]

La señora Kodama dio por finalizado el encuentro, tomó a Borges de un brazo, dejó a Ivana Muraña a un costado, y se alejó de la escena.

Cuando partía, Borges intentó establecer comunicación con la silenciosa mujer que a esa altura era un maniquí de carne.

Lanzó una frase al viento, que Ivana pudo escuchar:

-Querida, gracias por la conversación, creo que nos vamos a llevar bien, usted es muda y yo soy ciego. Podría decirse que es una buena combinación.[4][4]




[1][1] Jorge Luis Borges: dichos, reportajes e historias

http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Borges/Borges_dichos.html

[2][2] La voz de Borges: una conferencia http://sololiteratura.com/bor/borunaconferencia.htm

[3][3] "Borges es todos los amores y más" http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_5345000/5345836.stm

[4][4] Jorge Luis Borges: dichos, reportajes e historias

http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Borges/Borges_dichos.html