Crónicas de la pandemia. Capítulo 10


La pandemia trajo modificaciones en el contacto humano. Se impuso la distancia, la frialdad del saludo y un poco de desconfianza con el otro. Sumidos en cuidados corporales que nos recuerdan a los rituales obsesivos, a los miedos fóbicos al contagio y a las miradas paranoicas e inquisidoras, que van ganando terreno en la cotidianeidad. El otro se convierte en más otro que nunca.
Este tiempo también viene acompañado de la angustia e incertidumbre que genera este virus incontrolable, que marcan la pequeñez e insignificancia de lo que somos. La pandemia inflige otra herida más a nuestro narcisismo: lejos de los dioses, lejos de la conciencia y finalmente muy lejos de controlar el mundo. Damnificados por lo real, la ciencia no puede cubrir aún este daño y muestra (por lo menos hasta ahora) su castración.
La soledad aparece en primer plano y nos muestra indefensos, infantiles y temerosos del futuro.
Igualmente no todo es pérdida, revelamos una capacidad de adaptación a los cambios. Estamos aprendiendo a tolerar vivir en un mundo desconocido. Extrañamos un poco más y nos damos cuenta que somos menos independientes de lo que creíamos. Llegamos a la conclusión de que necesitamos muchísimo menos de lo que pretendíamos. El animal voraz de las compras está controlado por el Covid-19.
El tiempo dirá si estos cambios son duraderos o simplemente fueron una reacción momentánea.
Quizás, como nunca antes, la enseñanza que podemos sacar de todo esto sea que todo es efímero, nada es eterno y que somos como dice el nobel escritor Ocean Vuong, “fugazmente grandiosos en la tierra”.


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