Acerca de los síntomas actuales en la infancia


Introducción:

Hace unos días vino una pareja de amigos a mi casa, estaban muy preocupados. Mi amiga muy angustiada contaba como su hijo le confesó que se sentía humillado por sus compañeros de clase. Desde hacía meses estaba siendo víctima de violencia emocional y física. Pequeñas y ocasionales bromas se fueron convirtiendo en desbordes de violencia permanente y feroces: le robaban la comida, lo golpeaban, lo ponían en ridículo, etc.
Mi amiga lloraba desconsolada porque no se había percatado de esta situación que llevaba ya meses. Cuando por fin el niño se lo contó, fueron, junto a su marido, a plantear al colegio lo estaba sucediendo y a exigir respuestas. Habían resuelto cambiar a su hijo de colegio. La reunión se llevó a cabo con las maestras y la directora de la institución. Las autoridades escucharon impávidas y finalmente comunicaron que les parecía correcta la decisión de cambiarlo de colegio, entendían que su hijo no podía convivir con las bromas de sus compañeros ya que de alguna manera era “raro”, ya que no se podía defender de la violencia…
Esta situación que relato no deja de sorprenderme aún, y lo más preocupante es que escucho cosas similares con bastante frecuencia. Miles de cosas podríamos plantear, pero sobre todo de podemos pensar: ¿dónde se ubica la ley?
Nadie podría dudar de que unos de los síntomas más destaca­dos del mundo actual sea el fenómeno de la violencia. Ella se incrementa cada día más. Si bien la violencia ha existido desde los comienzos de la humanidad, nos encontramos frente a los que algunos llaman una "violencia posmoderna", como muy bien lo define Silvia Ons en su libro Violencias[1]. Esta violencia es aquella que se infiltra por doquier y que no tiene límites, una sin fronteras. Hoy vemos asombrados como la crónica roja nos muestra una violencia desbordada: en el futbol, en las casas, en los colegios, en todos lados.
El mundo ha cambiado y con ello las relaciones sociales y los paradigmas: del amor, de la familia, de la amistad y de la moral.  Las instituciones como la familia, las escuelas, la iglesia, que sostenían el discurso de una época, muestran en forma cada vez más evidente su ineficacia como patrones normativos reguladores de estos paradigmas. Se erige entonces un vacio que profundiza los sentimientos de inseguridad y desamparo colectivos que impactan fuertemente en la construcción de las nuevas subjetividades.
Hace años, los psicoanalistas Jacques-Alain Miller y Eric Laurent[2] caracterizaron esta época como la del momento del "Otro que no existe", un tiempo donde la civilización es perfectamente compatible con el caos y donde el límite no es claro.  
El problema de la paternidad en nuestros días:
¡Qué problema para padres y colegios poder lidiar con los niños en este tiempo!
Hoy  invocar al padre como figura que sanciona ya no sirve de nada. Los maestros tampoco pueden corregir a los niños porque corren el riesgo de ser acusados de abusadores. El "vas a ver cuando venga papa", no funciona mas. La función del padre como agente frustrador y sancionador hoy ha sido transformado en padres que son “pares” de sus hijos: amigos, conciliadores, confidentes, etc.
No es que esté mal que los padres puedan ser todas estas cosas, pero también es muy importante que puedan decir “no”, que puedan frustrar a ese niño. En torno a la función paterna se pueden ubicar dos dimensiones del padre; una, donde aparece el padre de la ley que prohíbe y ordena, es el padre que dice “no”. En la otra dimensión el padre dice “si” pero no a cualquier cosa. Se trata de un padre que habilita, uno que introduzca el deseo.
La capacidad de frustrar a los niños por parte de las familias es muy diferente a las de hace diez o veinte años atrás. La familia de la modernidad instauraba en el niño el principio de legalidad a través del padre, quien encarnaba la ley junto con la escuela que continuaba la labor formativa. El pequeño tenía que ser educado, tutelado, pues ahí en el origen, estaba contenido su desarrollo posterior. Actualmente estas instituciones han perdido su poder hegemónico.
Si antes los padres eran los agentes de socialización prima­ria de los niños, ahora, en cambio, las computadoras, la televisión y la publicidad asumen la tarea de educarlos. Los padres trabajan demasiado y los niños tienen la compañía permanente de la computadora, los videos juegos y la televisión.
La idea clásica de la educación tenía que ver con el renunciar a algo propio para conseguir un bien superior, a la pertenencia social y a la cul­tura como instrumento de desarrollo personal. Hoy este modelo parece no dominar, hoy más que nunca aparece la promoción del individualismo. La idea de que cada uno dueño de sí mismo, y que por tanto no tiene que dar cuentas a nadie. Los ideales sociales que respaldaban la función de enseñar parecen no tener vigor, ahora las referencias son otras, por ejemplo, el mercado y el cuerpo y sus objetos de satisfacción. La moral colectiva flaquea, lo que predomina es el mandato indivi­dual que se orienta por la búsqueda de esa máxima satisfacción. Los objetos de consumo están hoy en primer lugar para los niños.

La problemática del padre en la actualidad la podríamos observar en la figura paterna más popular: Homero Simpson. Una pregunta se impone permanentemente en la serie de tv: ¿qué significa ser padre?
Para comenzar con la problematización del concepto padre es importante abordar primero, aunque más no sea de una manera sucinta, las discontinuidades que se han presentado con la noción de padre a lo largo de la  historia. En los comienzos de la cultura occidental, la situación del padre era bastante diferente a la actual. Ser padre no remitía a un hombre que procreaba un hijo con una mujer, sino que señalaba una figura social, una función jurídica y comunitaria. En Roma, por ejemplo, el padre era aquel que reconocía jurídicamente, por medio de su palabra, a un niño como hijo suyo. Por su única voluntad podía matarlos o venderlos, ni que hablar de castigarlos. Su facultad era tan amplia que en los primeros tiempos del Imperio Romano, el padre podía disponer totalmente de los bienes de sus hijos. También tenía la facultad de abandonarlos. El hijo abandonado podía vivir junto al que lo recogiera como hijo o esclavo. La potestad sobre los bienes de los hijos era total, ya que existía un solo patrimonio familiar donde el padre era el titular.
La Edad Media traerá algunos cambios con relación a la autoridad paterna, por un lado el padre además de transmitir bienes materiales (como ocurría en el pasado) también comienza a legar insignias simbólicas, más precisamente su apellido.  A partir del siglo XI, el padre donará a su hijo un nombre y un apellido escribiendo así una filiación.
El otro cambio fundamental que acontece en este tiempo es la influencia que comienza a tener la Iglesia. La religión católica con su poder y su legislación promoverá un cambio esencial: ya no es la voluntad propia lo que constituye a un hombre como padre, sino que lo es con relación al matrimonio. Padre será quien engendre hijos dentro del matrimonio. La condición de la paternidad así como el ejercicio de la sexualidad quedará encuadrada y reglamentada por este sacramento. Desde entonces, todo hijo nacido fuera del matrimonio se convertirá en un bastardo.
El universo del la Edad Media se llenará de padres terrenales, de padres de la Iglesia, de Santos Papas, pero sobre todo de un Santo Padre: Dios.
Lo que comenzó y se desarrolló en la Edad Media se establecerá de manera definitiva en los siglos XVI, XVII y XVIII.  El padre aparecerá sosteniendo la autoridad en la familia, pero también como representante de Dios. Para el cristianismo, la paternidad es una investidura que le otorga un poder avalado por Dios. El padre quedará asociado a una función sagrada; convirtiéndose en portador de su palabra.
El cambio radical a este modelo se consolidará el 21 de enero de 1793 con la revolución francesa. La guillotina terminará con un modo político y social de gobernar el Estado, pero también con una forma de concebir la paternidad. El padre, a pesar de conservar prerrogativas perderá su lugar de rector y de comandante supremo y pasará a ser un personaje limitado por leyes. El Estado se erigirá, entonces, como juez, guía y garante ya no del padre sino de los hijos; ya no velará por los derechos del padre sino por sus obligaciones.
Una nueva sociedad surge, transformando la forma de vida. Balzac lo escribe claramente: “cortando la cabeza del Rey, la República ha cortado la cabeza de todos los padres. No hay más familia hoy, sólo hay individuos”.
A partir del siglo XIX, el padre ya no responde, es la autoridad estatal quien velará porque el padre cumpla sus deberes y sancionará sus excesos y carencias.
El siglo XX, con las guerras mundiales, traerá padres degradados, padres arrancados de sus labores y de sus  hogares para partir al frente de batalla. Lo presente será la ausencia. Además de las guerras, del capitalismo extremo surgirán padres marcados por exilios económicos y políticos, los campos quedan vacíos de padres y las ciudades se llenan de hombres solos  buscando una oportunidad para sus familias.
Todas estas cuestiones del siglo produjeron una nueva figura del padre: un padre ausente.
El mito edípico, que representa a la figura del padre como encarnando la ley, cuya palabra podía prohibir y distribuir, restablecer una ley sobre el goce, ya no funciona como modo de situar una prohibición.
Homero Simpson representa la paternidad perdida en la actualidad, esa autoridad que ya no está claramente definida. Homero carece de todo interés espiritual e intelectual. Dedica la mayor parte de su tiempo a mirar televisión, comer y beber. No representa de la mejor manera el papel de padre: despreocupado de la vida en general y de sus hijos en particular. Simplemente obedece sus impulsos. En definitiva, un padre con serias dificultades de encarnar la función paterna.

Dos sintomatologías relativamente reciente se han impuesto en los colegios y en las consultas psicológicas: el bullying y el trastorno por déficit atencional.

a)       Bullying:
Al declinar la función del veto paterno nos encontramos con los vaticinios del psicoanalista Jacques Lacan: cada vez más patologías del acto, violencias, sujetos en conflicto con el orden público. La violencia y la incomunicación estallan a una escala nunca vista. Nos confrontamos así con sujetos agentes de síntomas sociales pero que no se verifica un síntoma subjetivo, en tanto para serlo es preciso creer en él. No tiene  “insigth”  dirían los psicólogos. El debate actual sobre el llamado bullying, no deja de reflejar lo que estamos diciendo.
El bullying no es un fenómeno reciente, si bien se ha incrementado dramáticamente en la última década. La violencia, a través muchas conductas en el colegio o escuelas,  se sitúa, también, como respues­ta a un cierto declive de la imagen social de la autoridad (maestro, padre), que da paso a una lógica de red y a una victimización horizontal. Ante el riesgo de convertirse en víctima, hay que situarse en el otro bando, como acosador y/o como espectador mudo. Esto es lo que se ve frecuentemente: niños que se ubican como espectadores mudos de la violencia que algunos le ejercen a algún compañero, o callar y aplaudir para no convertirse en víctimas, ellos también. Por ello, el bullying plantea siempre un ternario formado por el agresor, la víctima y el grupo de espectadores.

b)      Trastorno por déficit de la atención
El Trastorno por Déficit de la Atención (conocido como ADD por sus siglas en inglés) es un síndrome que ha cambiado de definiciones a través de la historia. Las primeras descripciones clínicas de la falta de concentración e hiperactividad datan de 1902 y se conceptualizaron como “defectos en el control moral”. Años después, en la década de los sesenta, se habló de “Disfunción Mínima Cerebral”, “Hiperquinesis” o simplemente como el “Síndrome del Niño Hiperactivo”.
En 1980 con la aparición en los Estados Unidos del Manual de Diagnóstico y Estadística III (DSM-III), se define por primera vez como “trastorno por Déficit de la Atención”  y luego versiones más modernas lo definieron como “Trastorno por déficit de la atención con hiperactividad”.
El DSM IV[3] define al trastorno por déficit de atención con hiperactividad como:
“un patrón persistente de desatención y/o hiperactividad-impulsividad, que es más frecuente y grave que el observado habitualmente en sujetos de un nivel de desarrollo similar. Algunos síntomas de hiperactividad-impulsividad o de desatención causantes de problemas pueden haber aparecido antes de los 7 años de edad”.

Las características que plantean, tienen que ver con dos indicadores concentrados en la falta de atención y en la hiperactividad:
Desatención
(a) no presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades
(b) tiene dificultades para mantener la atención en tareas o en actividades lúdicas
(c) parece no escuchar cuando se le habla directamente
(d) no sigue instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos, u obligaciones en el centro de trabajo (no se debe a comportamiento negativista o a incapacidad para comprender instrucciones)
(e) tiene dificultades para organizar tareas y actividades
(f) evita, le disgusta o es renuente en cuanto a dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido (como trabajos escolares o domésticos)
(g) extravía objetos necesarios para tareas o actividades (p. ej., juguetes, ejercicios escolares, lápices, libros o herramientas)
(h) se distrae fácilmente por estímulos irrelevantes
(i) es descuidado en las actividades diarias
Hiperactividad
(a) mueve en exceso manos o pies, o se remueve en su asiento
(b) abandona su asiento en la clase o en otras situaciones en que se espera que permanezca sentado
(c) corre o salta excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en adolescentes o adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud)
(d) tiene dificultades para jugar o dedicarse tranquilamente a actividades de ocio
(e) suele actuar como si tuviera un motor
(f) habla en exceso
Impulsividad
(g) precipita respuestas antes de haber sido completadas las preguntas
(h) tiene dificultades para guardar turno
(i) interrumpe o se inmiscuye en las actividades de otros (p. ej., se entromete en conversaciones o juegos)

El problema que genera esta clasificación, es que todo niño que pudiera manifestar una dificultad para sostener la atención o el control de los impulsos o revelar a una actividad excesiva, plantearía la posibilidad de padecer un DDA.
Necesariamente esta nueva forma de mirar los patrones de conducta desde la psiquiatría americana (léase mundial) puede llevarnos a pensar en una verdadera pandemia, ya que muchísimos niños poseerían estas características.

¿Qué es la Ritalina?
La Ritalina es el nombre comercial de un compuesto derivado de la familia de las anfetaminas: el metilfenidato.
El metilfenidato es un estimulante del sistema nervioso central. Su mecanismo de acción en el ser humano no se ha dilucidado por completo, pero se presume que  ejerce su efecto estimulando el sistema activador del tronco cerebral y la corteza. Científicamente, aun no se ha determinado claramente el mecanismo por el que el fármaco produce sus efectos sobre la mente y la conducta de los niños, pero los estudios empíricos concluyen que el metilfenidato logra que el sistema nervioso priorice la información, mejorando el paso de adrenalina y noradrenalina (neurotransmisores comprometidos con la función de atender) entre las neuronas.
También desde lo empírico se comprueba que sus efectos farmacológicos son muy similares a la metanfetamina o la cocaína: aumenta la capacidad de atención, genera una sensación de euforia, in­crementa los niveles de energía a corto plazo y permite una con­centración mayor. Sin embargo, la Ritalina controla la hiperactividad durante un tiempo (entre dos a cuatro horas) pero no lo logra a largo plazo.
Algunos médicos advierten que puede resultar adictiva en la adolescencia y puede tener como efectos colaterales el insomnio y la anorexia. Diferentes estudios desaconsejan el metilfenidato en caso de niños con tics porque algunos pueden agravarse, originando una forma extrema que es el Síndrome de Gilles de la Tourette[4] y plantean que es riesgoso en niños psicóticos pues incrementa la sintomatología.
También hay estudios que confirman retardo en el crecimiento. Por esa razón los médicos que recetan Ritalina a los niños recomiendan dejar de tomar el fármaco por algún tiempo.
En dosis bajas, no pa­rece crear una adicción tan intensa como la cocaína, pero en dosis más altas sus efectos pueden ser similares.

El profesor William Pelham, de la Universidad de Buffalo, comentó: "Creo que en el primer estudio realizado a fines de los ‛90 exageramos el impacto beneficioso de los medicamentos. Y también vimos que no hubo efectos beneficiosos. ".[5]

¿Hablamos de una pandemia?
Según la revista inglesa “New Scientist”[6], el uso de Ritalina es uno de los fenómenos farmacéuticos más extraordinarios de nuestro tiempo. A principios de este siglo los estudios realizados atestiguaban que cuatro de cada veinte niños eran medicados con Ritalina en las escuelas de Buenos Aires, Santiago de Chile, Rio de Janeiro, San Pablo y Porto Alegre.
Según un estudio que realizó la Oficina de Seguridad de Drogas de la FDA (la agencia norteamericana de control de medicamentos), en Estados Unidos más del nueve por ciento de los varones de doce años y casi el cuatro por ciento de las niñas están medicados con Ritalina. El mismo estudio indica que quince millones de estadounidenses están diagnosticados como trastorno por déficit atencional con hiperactividad.
Durante los años noventa, en Argentina, el diagnóstico de trastorno por déficit atencional con hiperactividad se extendió como una epidemia en sectores medios y altos del país, siguiendo la misma tendencia que en Estados Unidos. Cada país tiene un cupo de importación de metilfenidato acordado con la Junta Internacional de Control de Narcóticos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas). El de Argentina, por ejemplo, es de 60 kilogramos por año.
En el año 2003 Argentina importó  23,7 kilogramos de metilfenidato; un año más tarde se importaron 40,4 kilogramos, según informó la agencia nacional de control de medicamentos.
En el 2005, los laboratorios importaron 49,5 kilogramos de metilfenidato, más del doble que dos años atrásEn el 2007 los siete laboratorios que comercializan el fármaco solicitaron autorización para traer al país una cantidad superior a los 80 kilogramos.

Uruguay
En el 2001 la importación de metilfenidato en Uruguay llegaba a los 900 gramos. Mientras que en el año 2002, alcanzó los 4.500 gramos.
En el 2003 la cantidad se duplicó, llegando a los 9.180 gramos. Y en el año 2007 se alcanzó a un récord absoluto: casi 17.000 gramos.  En definitiva en 6 años la importación del fármaco se multiplicó por dieciocho.
El experto uruguayo Enrique Ortega Salinas, autor de varios libros, entre ellos el recientemente publicado "Inteligencia extrema"[7], indicó al diario  “La República”[8] que:
"El aumento de la importación de Ritalina tiene mucho de negocio y más de irresponsabilidad, prejuicios; insensibilidad de algunos e ignorancia de otros". El especialista explicó que algunos niños con un coeficiente intelectual alto suelen ser revoltosos e incumplidores. "Para que el niño se adapte al sistema le practican una especie de lobotomía, provocada por esta droga, y aquel que antaño tenía brillo en sus pupilas ahora tiene ojos opacos, perdidos".
El 24 de abril del 2009 el Tribunal de familia obligó al Ministerio de Salud Pública a ejercer más control sobre el metilfenidato y a llevar un registro de esa droga en los centros de salud públicos y privados a los efectos de establecer una verdadera política en esa área. 
El tribunal entendió que las omisiones del MSP en el control de esta droga vulneraban los tratados internacionales suscritos por Uruguay, así como el derecho a la vida, a la salud y a la “protección especial” de la infancia, consagrados en la Constitución de la República.
De acuerdo con esa sentencia, mientras que las cifras indican que el 5% de los niños en el mundo sufren de Trastornos por Déficit Atencional con Hiperactividad en Uruguay es del 30%. Si esto es cierto, Uruguay sufre una epidemia de proporciones verdaderamente estremecedoras.
El problema del déficit de atención para los adultos y en los adultos
Asistimos a un tiempo donde el campo de la singularidad trata de ser aplastado por los manuales médicos y sus tablas de síndromes y trastornos, uniformizando una gran variedad de fenómenos clínicos dispares.
No hay dudas que cualquier síntoma psíquico implica sufrimiento. En el caso del niño, además, no está ajeno a su entorno inmediato. Muchas veces su sintomatología está directamente ligada a la angustia o inquietud de los padres. 
Cuando se medica con Ritalina a un niño diagnosticado con un Trastorno por Déficit Atencional con o sin Hiperactividad conviene preguntarse qué es lo que se está medicando.
La medicación a veces congela definitivamente la posibilidad que ese sufrimiento psíquico pueda ser desplegado; y el niño queda en un lugar de objeto. La Ritalina tiende a obturar la capacidad de interrogación de los padres en torno a lo que aparece designado como sintomático en sus hijos. Su cuerpo pasa a ser objeto de la medicación, o de la aplicación de diferentes dispositivos. De esta manera se silencia su demanda mientras se cree estar aliviando un síntoma.
El metilfenidato puede producir un doble silenciamiento. Por un lado en el niño, ya que su demanda se agota en la administración de pastillas. Y por otro, el silenciamiento hacia los padres ya que permanecen en una posición de no saber respecto de todo aquello que los implica en la problemática de su hijo.
No se trata de una postura contra la medicación, es claro que muchas veces es necesaria cuando no imprescindible la administración del fármaco. El problema es que corremos el riesgo de la cronificación de la medicación como respuesta.
Los efectos que produce esta visión “biologizada” de la realidad es el apuntar exclusivamente a una modificación de la conducta del niño, en lugar de apoyar al despliegue sintomático que permita entender sus causas.
La tos, por ejemplo, es un síntoma; nadie toma a esta manifestación clínica como una enfermedad en sí misma; se puede tener ese síntoma y tener angina, bronquitis, neumonía o alergia. Hay que leerla, interpretarla para conocer de qué se trata. Con el déficit atencional no ocurre lo mismo. La desatención, la hiperactividad y la impulsividad, no son leídas como manifestaciones que integran una singularidad, sino como elementos determinantes de un trastorno irreversible e incurable. 
El lugar del síntoma en la estructura
Edward Hallowell y John Ratey declaran en su libro “Controlando la hiperacti­vidad”[9] que el cuerpo médico una vez que comprende la naturaleza de este sín­drome, tiende a verlo en todas partes.
Francis Fukuyama, en la actualidad es miembro del Consejo Presidencial sobre bioética de los Estados Unidos de América, escribe en el “Ensayo sobre el fin del hombre”[10]:
“… el trastorno por déficit atencional con hiperactividad no es una enfermedad, sino más bien el extremo de la curva estadística que describe la distribución del comportamien­to normal. Los humanos jóvenes, y en especial los niños, no han sido diseñados por la evolución para permanecer sentados ante un pupitre durante horas seguidas, escuchando a una profesora, sino para correr, jugar y desarrollar otras clases de actividad física. Que les exijamos, cada vez más, que permanezcan senta­dos en las aulas, o que los padres y profesores tengan menos tiempo para realizar con ellos tareas interesantes, es lo que crea la impresión de que existe una enfermedad que se está exten­diendo.
(…) La política de la Ritalina es muy reveladora acerca de nuestra in­suficiente comprensión del carácter y la conducta, y nos ofrece un anticipo de lo que acontecerá si, en efecto, la ingeniería genética —con su potencial infinitamente mayor para perfeccionar el com­portamiento— se hace realidad. Aquellos que creen padecer trastorno por déficit atencional con hiperactividad suelen aferrarse con desesperación a la idea de que su incapacidad para concentrarse o rendir en alguna faceta de la vida no obedece, como se ha dicho a menudo, a una cuestión de debi­lidad de carácter o de falta de voluntad, sino que viene determina­da por una condición neurológica.
Es comprensible, desde luego, que unos padres agobiados o unos profesores saturados de trabajo quieran hacer su vida más fácil tomando un atajo médico, pero lo que es comprensible no siempre se corresponde con lo que es correcto”.
Es importante remarcar que, sin duda, existen niños con dificultades de concentración y aprendizaje, tanto en la casa como en la escuela. La cuestión es ¿cómo entenderlo? y ¿cómo responder frente a estos cuadros?
El trastorno por déficit atencional con hiperactividad no dice nada de los sujetos que portan ese malestar. Posee una significación vacía.
Parece exagerado que todos los niños que presentan una manifestación de "inadaptación social" tengan problemas neurológicos.
La Ritalina aplasta al síntoma y lo transforma en un trastorno. 
Más allá de todo lo planteado no podemos desconocer que el fenómeno del déficit de atención es evidente. Si hablamos de un porcentaje tan grande de niños que está diagnosticado con este trastorno, estamos hablando de un síntoma que articula la problemática individual con lo social.
Para los psicoanalistas, se trata entonces de situar el problema en términos de localizar en cada caso cuál es la estructura del niño, cuál es su posición subjetiva y como juega en su universo familiar eso que lo aqueja.
Si podemos pensar el problema de la atención, la impulsividad y la hiperactividad como producciones subjetivas particulares del niño, y no como un problema universal, quizás podamos comprender lo específico del déficit de atención con hiperactividad en cada singularidad.
Un caso clínico para ayudarnos a entender: “árbol con hojas pegadas”[11]

“Una señora pide una entrevista por indicación del psicólogo escolar. Su hijo de siete años ha comenzado el segundo grado de la primaria y no aprende. En las condiciones en que se encuentra, repetirá. Se presentan a la entrevista el padre y la madre y me informan acerca del niño. Tomo nota de la información que me proporcionan y les propongo una cita para el niño y posteriormente una nueva entrevista con ellos.
El informe del psicólogo escolar diagnostica DDA, con las siguientes características: ‛No presta atención. Incurre en errores. No mantiene la atención ni en actividades lúdicas. Parece no escuchar. No cumple las instrucciones. No finaliza las tareas. No se sabe organizar. Está permanentemente distraído. No aprende’.
Con este informe, el pediatra ha indicado medicar con Ritalina y consultar a un psicólogo. Los padres se resisten a someter al niño a medicación. Han comprado la Ritalina, pero los efectos secundarios indicados en el prospecto los atemorizaron.
A la entrevista siguiente llega el niño con su madre. En la sala de espera me presento al niño y lo hago pasar a la consulta. Me explica que tiene los bolsillos llenos de hojas de árboles que fue recogiendo por el camino, ya que la maestra las pidió para un trabajo a realizar en clase.
En la consulta he dispuesto juguetes y materiales tales como hojas de papel, rotuladores de colores, tijeras, pegamento y plastilina. Al verlos el niño se inclina y comienza a jugar con los cochecitos, para luego ir probando cada uno de los juguetes. Finalmente toma los lápices, se da la vuelta y me pregunta: ‛ ¿Puedo pintar?’. ‛Sí, puedes pintar.’ Dibuja un árbol sin hojas. Se queda mirando el dibujo y comienza a sacar hojas de sus bolsillos. Se da vuelta con una barra de pegamento en la mano y me pregunta: ‘¿Puedo pegar?’. ‘Sí. Puedes pegar.’ Pasa la barra de pegamento por donde ha dibujado las ramas del árbol, va seleccionando hojas y las pega. Se queda mirando lo que ha hecho y, señalando con el dedo, me dice: ‘Pero estas hojas no son de este árbol’.
La entrevista ha durado veinte minutos. Le hago saber que sus padres lo tendrán al tanto de próximas entrevistas. Al día siguiente tengo entrevista con los padres. Les pido que me relaten la historia del nacimiento del niño. La señora mira azorada a su marido. Se han puesto nerviosos. La madre, con voz temblorosa, dice: ‘Este niño es adoptivo’. ‘Eso es lo que ha motivado mi pregunta’, les aclaro. ‘Pero nadie lo sabe –continúa la madre–. Nos organizamos para que una mujer embarazada que no quería tener el niño me lo cediera y para que un obstetra certificara que lo había parido yo. ’
‘El niño lo sabe”, respondí. Les expliqué que este saber del niño era inconsciente y me lo había trasmitido a través de los dibujos. Les di mi opinión: ‘El niño se ha hecho cómplice inconsciente. Nadie debe saberlo. El tampoco debe saber. Para no saber, no debe aprender’.
‘¿Y esto cómo se soluciona? ’, preguntó el padre. ‘Contándole al niño su verdadera historia’, respondí. Ella se puso a llorar diciendo que no podía hacer eso, que iba a traer problemas, que no se sentía en condiciones de enfrentar la situación. La invité a tener entrevistas individuales para que pudiera entender qué le impedía enfrentar la situación, y también seguir teniendo entrevistas con el niño.
Al cabo de un tiempo, el niño comentó en sesión la historia de su origen, del que había sido informado por sus padres. No manifestó ningún tipo de reacción negativa. Aprobó el primer trimestre y la jefa de estudios notificó a los padres que los obstáculos en el aprendizaje habían sido superados, que el niño había cambiado radicalmente de actitud y que ya no había riesgo de repetición de curso.”

Final
El pedagogo francés Philippe Meirieu señaló tres condiciones indispensables para que un dispositivo pedagógico cumpla su función:
a)       Tiene que conformarse un espacio sin amenazas.
b)       Poder constituirse en un lugar en donde el ni­ño pueda aliarse con un adulto contra todas las formas de adversidad y de fatalidad.
c)       que debe ser rico en ocasiones y estimulaciones.

Algunos sistemas escolares se están dando cuenta de esto y están empezando a fomentar estas cuestiones a partir de una colaboración fuerte entre institución-padre. Es fundamental que los padres y las instituciones educativas tengan un norte claro a donde apuntar con los niños, favoreciendo el lazo social entre ellos, pudiendo también decir “NO”, eso tan importante en esta etapa constitutiva del ser humano. Para eso es imprescindible entender que el niño es portador de una singularidad, de una historia única e irrepetible que lo hace un ser particular en el mundo.



[1] Ons, S. (2011): Violencia/s, Buenos Aires, Paidós.
[2] Miller, J.-A. y Laurent, E. (2005): El Otro que tío existe y sus comités de ética, Buenos Aires, Paidos, págs. 9-29 (trad.: Nora González).
[3] DSM IV TR “Manual diagnostico y estructuras mentales”, ED Masson, Barcelona, 2005
[4] El síndrome de Tourette es un trastorno neurológico caracterizado por movimientos repetitivos, estereotipados e involuntarios y la emisión incontrolable de sonidos vocales (tics).
[5] Reportaje realizado en la BBC de Londres
[6] http://www.newscientist.com/
[7] Ortega Salinas, E., "Inteligencia extrema", ED. Cruz del sur, Uruguay, 2008.
[8] http://www.larepublica.com.uy/comunidad/300365-a-clases-con-lapiz-goma-cuaderno-y-una-pastilla-para-los-nervios
[9] Hallowell y Ratey, “TDA Controlando la hiperacti­vidad”, ED Paidós, Madrid, 2008
[10] Fukuyama, F., “El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica”. Ediciones B, Barcelona, 2002

[11] Caso clínico de la psicoanalista Marta Davidovich tomado del diario argentino “Página 12” (www.pagina12.com.ar)

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