La abolición de la subjetividad



El nuevo milenio nos enfrenta a algo que parecía imposible: la abolición de la subjetividad. Hoy, el psicoanálisis, con más de cien años de resultados clínicos irrefutables, es duramente cuestionado, pretendiéndose sustituirlo por tratamientos químicos que “asegurarían”  definitivamente curar los dolores del alma.
Hace pocos días, observé con asombro cómo un Psiquiatra decía, en un programa televisivo, que el psicoanálisis estaba contraindicado para la depresión (¿?); es más, que en muchos casos, podía propiciar el suicidio del paciente. Tal tipo de afirmación solo merece el silencio.
Freud planteaba, en el final de su vida, con respecto al sufrimiento psíquico, que “El futuro podrá enseñarnos a influir directamente, mediante sustancias químicas particulares, sobre las cantidades de energía y sobre su distribución en el aparato psíquico. Quizá surjan aún otras posibilidades terapéuticas todavía insospechadas; por ahora no disponemos de nada mejor que la técnica psicoanalítica, y por eso no se la debería desdeñar, pese a todas sus limitaciones” (1)
Seguramente Sigmund no imaginaba lo que el futuro deparaba: de la misma manera del “¡Llame ya!”, “¡Compre ya!”, “¡Ud. lo quiere y se lo lleva!”, también, los nuevos discursos  nos dicen quiénes somos, lo que tenemos, lo que deseamos y por qué no, cómo nos curamos.
El hombre de estos tiempos se ha transformado en lo contrario de un sujeto.  E. Roudinesco(2) plantea que “La era de la individualidad sustituyó a la de la subjetividad: dándose a sí mismo la ilusión de una libertad sin coacción, de una independencia sin deseo y de una historicidad sin historia, el hombre de hoy devino lo contrario a un sujeto. Lejos de construir su ser a partir de las determinaciones inconscientes que, desconocidas para él, lo atraviesan, lejos de ser una individualidad biológica, lejos de querer ser un sujeto libre, desprendido de sus raíces y su colectividad, se imagina como el amo de un destino cuya significación reduce a una reivindicación normativa. Por eso se liga a redes, a grupos, a colectivos, a comunidades sin alcanzar a afirmar su verdadera diferencia”
El abordaje del conflicto psíquico, vemos que en la actualidad, ha cambiado de manera radical. Cada paciente es tratado como una unidad perteneciente a un trastorno, cada persona es un clon de otra de acuerdo a un conjunto de síntomas determinados.
La singularidad del sujeto poco importa, vivimos en un mundo globalizado y también padecemos enfermedades globalizadas. Así, en estos últimos tiempos, se observan una cantidad de sociedades anónimas de síntomas, anónimas en la medida del intento de la abolición de la subjetividad de quien lo padece.
Esta nueva forma de presentar la subjetividad también marca nuevas lecturas de las mismas, el problema no se resuelve en lo individual sino en globalizar los síntomas aboliendo de esa manera lo singular.
Estas forma de agrupamiento sintomático responden a lo que algunos llaman “Tribus urbanas”. Las mismas son definidas a partir de la funcionalidad, en tanto materialidad concreta. En otras palabras, la “Tribu” nomina a sujetos específicos constituidos como una afiliación que sobrecodifica la totalidad de su experiencia vital.
Pere-Oriol, Pérez y Tropea(3) caracterizan a las tribus urbanas por su tendencia a que quienes las integran se sientan insertos en una unidad de orden superior. Los autores sostienen que estos grupos defienden presuntos intereses comunes y estrechan vínculos gregarios basados en valores específicos, y son un ámbito propicio para compartir experiencias y rituales que generan y consolidan el sentido de pertenencia al grupo.
Observamos, en Uruguay, una proliferación de “cazadores” de síntomas, verdaderas tribus urbanas que promueven agruparse, identificados al trazo de la “enfermedad”. Así, en los últimos años, se han formado una cantidad de grupos (muchos de ellos de autoayuda) en búsqueda de identificaciones y lazos sociales. Fobias, neurosis obsesivas e histerias se han transformado en ataques de pánico, TOC (trastorno obsesivo compulsivo) o Fibromialgia, (reciente sintomatología agrupada como una enfermedad crónica que ocasiona a quien la padece dolor en múltiples localizaciones del cuerpo y un cansancio generalizado.)
Estas tribus urbanas  plantean diferentes lecturas de lo mismo: globalizar lo individual en detrimento de lo subjetivo. Tenemos, así, diferentes grupos de cazadores de “patologías”: caza-anoréxicos, caza-somatizadores, caza-pánicos, etc.
Si algo caracteriza a estos agrupamientos en este fin de milenio, es su incapacidad para definir a los sujetos que en ellas se localizan. Constituyen circuitos, espacios virtuales, modelos abstractos que solo pueden definirse a sí mismos como procesos difusos con los cuales ciertas personas conectan algunas de sus necesidades identificatorias, llámense anorexias, bulimias, adicciones, panic Attach y todo agrupamiento sintomático que imagine, generando, como consecuencia, que la cuestión de si ese sujeto es neurótico, psicótico o perverso pase a un lugar secundario.
Notas
1- Sigmund Freud, “Compendio de Psicoanálisis”, Obras completas, Tomo 21, Ed. Amorrortu,  Bs. As.,1990.
2- Roudinesco, Elizabeth, “Por qué el psicoanálisis”, Ed. Paidos, Bs. As., 2001.
3- Pero-Oriol  Costa y otros, “Tribus urbanas”, Ed. Paidos, Bs. As.,  1998.

Extracto de unos de los articulos que aparecen en Locotidiano (ED Psicolibros Waslala, 2010)

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