Un encuentro imprevisto con lo cotidiano

Un encuentro imprevisto con lo cotidiano



Una otoñal tarde, Julia recibe un llamado inesperado, no por el llamador sino por la hora:

“-Hola Julia.
-Javier, son las tres de la mañana, ¿qué te pasó?
-Nada, tengo que hablar urgente contigo.
-¿Te pasó algo?
-No puedo hablar por teléfono, ¿nos podemos ver mañana temprano?
-Bueno, sí. ¿En mi casa?
-No, no se puede, podría ser peligroso. Mejor en el Bar X, a las nueve y media”.

El enigmático mensaje dejó perpleja a Julia, que ya no pudo dormir por el resto de la noche. ¿Qué le pasaba a su amigo?
Lo conocía bien desde hacía mucho tiempo y nunca se había mostrado misterioso, siempre sustentaba una tranquilidad pasmosa y sin sobresaltos. Apenas algunas veces, en todos esos años, se presentó como confundido. Siempre por el mismo tema: su amor eterno, pero inconstante, por ella.
Un amor cíclico que asomaba a veces, relampagueante y ardoroso, y que arremetía sin pausa contra ella: en mensajes, en grafitis, en apasionadas cartas, hasta en pasacalles. Pero duraban lo que una tormenta tropical, un pequeño lapso de tiempo, apenas para generarle algún sobresalto con su marido.
Si alguna capacidad tenía Julia era la de desligarse de una situación sin provocar grandes calamidades en su entorno. Había convivido con este “problema” por años sin que le erosionara su relación con su amigo y, fundamentalmente, con su esposo.
Sin embargo, ahora, Javier estaba mal y quería hablar con ella, ¿guardaría relación con esto?

Julia se encontró en el Bar X con un hombre que no parecía Javier. Estaba frente a un ser atormentado por un miedo que calaba su vivir y lo convertía en alguien foráneo para ella. Había eclosionado en un delirio de persecución que no le daba respiro. Unos vecinos eran la fuente de su desdicha, se “habían apropiado de su casa y de su vida”, micrófonos ocultos, gente que lo espiaba y otras cuestiones alimentaban su delirio que persistía reciamente.
La historia concluyó con la internación de su amigo en un sanatorio psiquiátrico y un diagnóstico de “Trastorno delirante de tipo persecutorio”.

Julia se preguntaba una y mil veces si tenía algo que ver con el ocaso psiquiátrico de Javier. Todo le hacía pensar que no, pero había algo, un pequeño indicio, que se colaba en sus pensamientos en forma forzada y de alguna manera le daba una respuesta: la última conversación entre ellos antes de la fatal llamada.
Julia, luego de convivir con el enamoramiento de su amigo por años, arriesgó una respuesta casi a modo de interpretación salvaje. Le planteó la posibilidad de que en realidad, quizás, él se escondiera en una fantasía amorosa hacía ella, por otra cosa que pudiera esconder. Pero que para ella no dejaba de asomarse como una pregunta insistente en los últimos meses: la homosexualidad.

No le conocía novia en todos estos años, y lo que es peor –al menos para ella- es que tampoco había escuchado, por parte de su amigo, comentarios sobre alguna mujer. Por tanto no podía ser descabellado suponer que él pudiera ser homosexual y se guareciera en su amor no correspondido como forma de justificación.
Tal fue la pregunta arropada en forma de sentencia que Julia le lanzó a Javier, y lo dejó sin respuesta, hasta el llamado telefónico a las tres de la mañana.

Julien plantea que no hay una psicogénesis de la psicosis. ¿Tiene la psicosis una prehistoria como en la neurosis? Aparentemente, nada se parece tanto a una sintomatología neurótica como una sintomatología pre-psicótica”.
Sin embargo a veces algunos sujetos pre-psicóticos, entendiendo a los mismos como aquellos que aún no manifestaron una descompensación delirante, estallan en un delirio que sorprende y deja al “pre” sin sentido.
Aquel a quien se llama pre-psicótico no es reconocible como tal, en lo cotidiano. Al parecer, se comporta co¬mo todo el mundo, socialmente hablando, se las arregla bas¬tante bien para abrirse camino. ¿De qué manera? “Median¬te una serie de identificaciones puramente conformistas con personajes que le darán la idea de lo que es preciso hacer pa¬ra ser un hombre o lo que es preciso hacer para ser una mujer”.
Javier funcionó en su papel de “hombre” por años, encapsulado imaginariamente. Así, por intermedio de una imitación, de un engan¬che a la imagen del semejante que le servía de mu¬leta, pudo vivir sin que se manifestara una psico¬sis clínica. Vivió “en su capullo, como una polilla” .
La sorpresa que implica su eclosión delirante, podría suponer examinarlo desde una psicogénesis, es decir el querer “compren¬derlo” a partir de una significación a tal o cual ante¬cedente, pero no se trata de eso, sino de una reconstrucción en el apres-coup. Siempre es en este sentido. Con Javier sólo podemos pensar su desencadenamiento a partir de la propia irrupción de su delirio y las marcas que va a producir en el futuro, no antes.

Lo que es evidente, y en ese punto no hay posibilidad de escape, es que toda eclosión de una psicosis es desencadenada por un acontecimiento fortuito, como encuentro con lo real. Esta intrusión se origina en el orden de la vida misma. Es imposible de prever y provoca un destrozo en las significaciones adquiridas que sirvieron de cobertor imaginario hasta el momento.
Julia sin saberlo, y sin quererlo, tocó lo más sagrado de ese sujeto, en cuanto a su cobertura imaginara, en la cual ella participaba sin saberlo. Una nueva verdad es introducida (la posibilidad de la homosexualidad) y sobrepasa el saber que respondía hasta el momento. Se rompe así la coincidencia del saber-verdad que existía hasta el momento.
Con la nueva verdad, introducida por la pregunta de Julia, el saber falta y la pregunta queda sin respuesta.
El encuentro de esta pregunta que lo interpela desde un lugar que no puede responder, genera necesariamente un movimiento irrefrenable.

Ahora: ¿una conversación puede desencadenar un delirio? No necesariamente, pero sí bajo determinadas condiciones. Para que una psicosis se declare clínicamente, como en el caso de Javier, se requiere la coincidencia de dos “caídas”, el encuentro fortuito de dos elisiones: una situada a nivel de lo imaginario y la otra a nivel de lo simbólico.

La elisión en lo imaginario
La relación en espejo según la imagen puede sostener al sujeto a lo largo de su vida, salvo el día que deje de lograrlo.
Cuando eso pasa, el modelo de las significaciones que proporcionan los otros ya no alcanzan.

Cuando lo especular ya no sostiene, necesariamente se debe pasar del otro al Otro, del apoyo especular al apoyo de la palabra, necesariamente ese pasaje requiere que en el Otro, lugar de los significantes, se inscriban para el sujeto los significantes fundamentales, particularmente el Nombre-del-Padre. Así, el sujeto podrá cortar el lazo con lo especular para introducirse en el terreno de la ley del significante como único apoyo.

La elisión en lo simbólico
Cuando el lazo en lo imaginario, que es el único sostén en la pre-psicosis falla, se le agrega una segunda elisión en el terreno de lo simbólico. El llamado a un significante primordial situado en el Otro, no es recibido por el sujeto por la ausencia de ape¬lación al Nombre-del-Padre, ya que está abolido, forcluido. Por tanto, se produce una doble elisión y el equilibrio se despedaza y deja de funcionar; la identificación según la imagen deja al sujeto en la incertidumbre y el desasosiego, ya que no hay red simbólica que amortigüe.
Javier, bajo esa verdad que lo toca del comentario de Julia no puede responder, no hay Otro al que apele al no haber un significante que responda; un vacío insoportable se abre en el orden simbólico y arroja al sujeto al goce del Otro.

A partir de ese agujero único no va a tardar en generarse un enigma que produzca temprana o tardíamente el desencadenamiento de la palabra, es a través del delirio persecutorio que Javier intentará responder a ese agujero insoportable.
El enigma producido va a cuestionar la relación del significante con el significado, ya que se trata de una ruptura de articulación entre ambos.
¿Qué es el enigma? Algo que es reconocido en el campo del significante, que significa algo es evidente, pero eso no puede ser enunciado, queda velado. Ese vacío no es absoluto, es un agujero que se produce en el lugar donde se espera una significación. Esto Lacan lo designa como “significación de significación”, es la pura intencionalidad del significante.
En Javier, la relación no se establece, no hay significación que despliegue sus espejismos, sino el camino que le queda es únicamente el del delirio.