La miró extasiado cuando entró. Había pensado hasta en una música acorde a la situación, sonaba Sabina y “Peor para el sol”.
Entró despacio, felina, parecía deslizarse. Lo saludó con una seca frialdad. Él no pudo evitar darle un abrazo. Uno que la envolvía. Eran cuerpos que participaban diferentes en un baile distinto, él bailaba rock y ella electrónica. Abrazos de mundos heterogéneos, unos que parecían no encontrarse nunca. Sin embargo, él no pareció percibirlo.
Ella se escabulló elegantemente de la bienvenida. Apenas pidió algo mas movido, no le gustaba el madrileño de voz cascada. El frío se instaló en la habitación. Cambió a Tan Biónica y “Pétalos” y ofreció un whisky. Pensó que ese sería un mejor comienzo. Ella camino por la habitación, sin dudas era un territorio morado por un hombre. Faltaba ese toque femenino que puede aparecer en una cortina, en un adorno. Él la siguió, buscó su mirada, había esperado demasiado tiempo, quizás toda la vida. Estaba seguro.
Ella le pidió por segunda vez otra música. El pensó en algo más comercial y puso a David Bisbal y su “Dígale”. Cuando sonaron los primeros acordes, él se imaginó el comienzo ideal para una noche mágica. Intentó acercarse. Ella ni bien escuchó la voz de buen registro del español puso cara de desconcierto. El poco encanto que quedaba se había ido con los primeros acordes. “No te puede gustar Bisbal”, le dijo, con una voz misericordiosa.
Él se dio cuenta que había dado un paso en falso. Más que un paso en falso era un camino sin retorno. Cuando quiso reaccionar y poner a Regina Spector y su “Et” ya era tarde. Un beso de despedida fue el acorde final.
“No tendría que haber venido”- dijo. Esas palabras sonaron como una marcha fúnebre. Su perfume Angeo u Demon de Givenchy fue el último vestigio de su partida.
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