Introducción:
Hace unos días vino una
pareja de amigos a mi casa, estaban muy preocupados. Mi amiga muy angustiada
contaba como su hijo le confesó que se sentía humillado por
sus compañeros de clase. Desde hacía meses estaba siendo víctima de violencia
emocional y física. Pequeñas y ocasionales bromas se fueron convirtiendo en
desbordes de violencia permanente y feroces: le robaban la comida, lo
golpeaban, lo ponían en ridículo, etc.
Mi amiga lloraba
desconsolada porque no se había percatado de esta situación que llevaba ya
meses. Cuando por fin el niño se lo contó, fueron, junto a su marido, a
plantear al colegio lo estaba sucediendo y a exigir respuestas. Habían resuelto
cambiar a su hijo de colegio. La reunión se llevó a cabo con las maestras y la
directora de la institución. Las autoridades escucharon impávidas y finalmente
comunicaron que les parecía correcta la decisión de cambiarlo de colegio,
entendían que su hijo no podía convivir con las bromas de sus compañeros ya que
de alguna manera era “raro”, ya que no se podía defender de la violencia…
Esta situación que relato
no deja de sorprenderme aún, y lo más preocupante es que escucho cosas
similares con bastante frecuencia. Miles de cosas podríamos plantear, pero
sobre todo de podemos pensar: ¿dónde se ubica la ley?
Nadie podría dudar de que
unos de los síntomas más destacados del mundo actual sea el fenómeno de la
violencia. Ella se incrementa cada día más. Si bien la violencia ha existido
desde los comienzos de la humanidad, nos encontramos frente a los que algunos
llaman una "violencia posmoderna", como muy bien lo define Silvia Ons
en su libro Violencias[1]. Esta violencia es aquella que
se infiltra por doquier y que no tiene límites, una sin fronteras. Hoy vemos
asombrados como la crónica roja nos muestra una violencia desbordada: en el
futbol, en las casas, en los colegios, en todos lados.
El mundo ha cambiado y con
ello las relaciones sociales y los paradigmas: del amor, de la familia, de la
amistad y de la moral. Las instituciones como la familia, las escuelas,
la iglesia, que sostenían el discurso de una época, muestran en forma cada vez
más evidente su ineficacia como patrones normativos reguladores de estos
paradigmas. Se erige entonces un vacio que profundiza los sentimientos de
inseguridad y desamparo colectivos que impactan fuertemente en la construcción
de las nuevas subjetividades.
Hace años, los
psicoanalistas Jacques-Alain Miller y Eric Laurent[2] caracterizaron
esta época como la del momento del "Otro que no existe", un tiempo
donde la civilización es perfectamente compatible con el caos y donde el límite
no es claro.
El problema de la
paternidad en nuestros días:
¡Qué problema para padres
y colegios poder lidiar con los niños en este tiempo!
Hoy invocar al padre como figura que sanciona ya no sirve de nada.
Los maestros tampoco pueden corregir a los niños porque corren el riesgo de ser
acusados de abusadores. El "vas a ver cuando venga papa", no
funciona mas. La función del padre como agente frustrador y sancionador hoy ha
sido transformado en padres que son “pares” de sus hijos: amigos,
conciliadores, confidentes, etc.
No es que esté mal que los padres puedan ser todas estas cosas, pero
también es muy importante que puedan decir “no”, que puedan frustrar a ese
niño. En torno a la función
paterna se pueden ubicar dos dimensiones del padre; una, donde aparece el padre
de la ley que prohíbe y ordena, es el padre que dice “no”. En la otra dimensión
el padre dice “si” pero no a cualquier cosa. Se trata de un padre que habilita,
uno que introduzca el deseo.
La capacidad de frustrar a los niños por parte de las familias es muy
diferente a las de hace diez o veinte años atrás. La familia de la modernidad
instauraba en el niño el principio de legalidad a través del padre, quien
encarnaba la ley junto con la escuela que continuaba la labor formativa. El
pequeño tenía que ser educado, tutelado, pues ahí en el origen, estaba
contenido su desarrollo posterior. Actualmente estas instituciones han perdido
su poder hegemónico.
Si antes los padres eran
los agentes de socialización primaria de los niños, ahora, en cambio, las
computadoras, la televisión y la publicidad asumen la tarea de educarlos. Los
padres trabajan demasiado y los niños tienen la compañía permanente de la
computadora, los videos juegos y la televisión.
La idea clásica de la
educación tenía que ver con el renunciar a algo propio para conseguir un bien
superior, a la pertenencia social y a la cultura como instrumento de
desarrollo personal. Hoy este modelo parece no dominar, hoy más que nunca
aparece la promoción del individualismo. La idea de que cada uno dueño de sí
mismo, y que por tanto no tiene que dar cuentas a nadie. Los ideales sociales
que respaldaban la función de enseñar parecen no tener vigor, ahora las referencias
son otras, por ejemplo, el mercado y el cuerpo y sus objetos de satisfacción.
La moral colectiva flaquea, lo que predomina es el mandato individual que se
orienta por la búsqueda de esa máxima satisfacción. Los objetos de consumo
están hoy en primer lugar para los niños.
La problemática del padre
en la actualidad la podríamos observar en la figura paterna más popular: Homero
Simpson. Una pregunta se impone permanentemente en la serie de tv: ¿qué
significa ser padre?
Para comenzar con la
problematización del concepto padre es importante abordar primero, aunque más
no sea de una manera sucinta, las discontinuidades que se han presentado con la
noción de padre a lo largo de la historia. En los comienzos de la cultura
occidental, la situación del padre era bastante diferente a la actual. Ser
padre no remitía a un hombre que procreaba un hijo con una mujer, sino que
señalaba una figura social, una función jurídica y comunitaria. En Roma, por
ejemplo, el padre era aquel que reconocía jurídicamente, por medio de su
palabra, a un niño como hijo suyo. Por su única voluntad podía matarlos o
venderlos, ni que hablar de castigarlos. Su facultad era tan amplia que en los
primeros tiempos del Imperio Romano, el padre podía disponer totalmente de los
bienes de sus hijos. También tenía la facultad de abandonarlos. El hijo
abandonado podía vivir junto al que lo recogiera como hijo o esclavo. La
potestad sobre los bienes de los hijos era total, ya que existía un solo
patrimonio familiar donde el padre era el titular.
La Edad Media traerá
algunos cambios con relación a la autoridad paterna, por un lado el padre
además de transmitir bienes materiales (como ocurría en el pasado) también
comienza a legar insignias simbólicas, más precisamente su apellido. A
partir del siglo XI, el padre donará a su hijo un nombre y un apellido
escribiendo así una filiación.
El otro cambio fundamental
que acontece en este tiempo es la influencia que comienza a tener la Iglesia.
La religión católica con su poder y su legislación promoverá un cambio
esencial: ya no es la voluntad propia lo que constituye a un hombre como padre,
sino que lo es con relación al matrimonio. Padre será quien engendre hijos
dentro del matrimonio. La condición de la paternidad así como el ejercicio de
la sexualidad quedará encuadrada y reglamentada por este sacramento. Desde
entonces, todo hijo nacido fuera del matrimonio se convertirá en un bastardo.
El universo del la
Edad Media se llenará de padres terrenales, de padres de la Iglesia,
de Santos Papas, pero sobre todo de un Santo Padre: Dios.
Lo que comenzó y se
desarrolló en la Edad Media se establecerá de manera definitiva en
los siglos XVI, XVII y XVIII. El padre aparecerá sosteniendo la autoridad
en la familia, pero también como representante de Dios. Para el cristianismo,
la paternidad es una investidura que le otorga un poder avalado por Dios. El
padre quedará asociado a una función sagrada; convirtiéndose en portador de su
palabra.
El cambio radical a este
modelo se consolidará el 21 de enero de 1793 con la revolución francesa. La
guillotina terminará con un modo político y social de gobernar el Estado, pero
también con una forma de concebir la paternidad. El padre, a pesar de conservar
prerrogativas perderá su lugar de rector y de comandante supremo y pasará a ser
un personaje limitado por leyes. El Estado se erigirá, entonces, como juez,
guía y garante ya no del padre sino de los hijos; ya no velará por los derechos
del padre sino por sus obligaciones.
Una nueva sociedad surge,
transformando la forma de vida. Balzac lo escribe claramente: “cortando la
cabeza del Rey, la República ha cortado la cabeza de todos los
padres. No hay más familia hoy, sólo hay individuos”.
A partir del siglo XIX, el
padre ya no responde, es la autoridad estatal quien velará porque el padre
cumpla sus deberes y sancionará sus excesos y carencias.
El siglo XX, con las
guerras mundiales, traerá padres degradados, padres arrancados de sus labores y
de sus hogares para partir al frente de batalla. Lo presente será la
ausencia. Además de las guerras, del capitalismo extremo surgirán padres
marcados por exilios económicos y políticos, los campos quedan vacíos de padres
y las ciudades se llenan de hombres solos buscando una oportunidad para
sus familias.
Todas estas cuestiones del
siglo produjeron una nueva figura del padre: un padre ausente.
El mito edípico, que
representa a la figura del padre como encarnando la ley, cuya palabra podía
prohibir y distribuir, restablecer una ley sobre el goce, ya no funciona como
modo de situar una prohibición.
Homero Simpson representa
la paternidad perdida en la actualidad, esa autoridad que ya no está claramente
definida. Homero carece de todo interés espiritual e intelectual. Dedica la
mayor parte de su tiempo a mirar televisión, comer y beber. No representa de la
mejor manera el papel de padre: despreocupado de la vida en general y de sus
hijos en particular. Simplemente obedece sus impulsos. En definitiva, un padre
con serias dificultades de encarnar la función paterna.
Dos sintomatologías
relativamente reciente se han impuesto en los colegios y en las consultas
psicológicas: el bullying y el trastorno por déficit atencional.
a) Bullying:
Al declinar la función del
veto paterno nos encontramos con los vaticinios del psicoanalista Jacques
Lacan: cada vez más patologías del acto, violencias, sujetos en conflicto con
el orden público. La violencia y la incomunicación estallan a una escala nunca
vista. Nos confrontamos así con sujetos agentes de síntomas sociales pero que
no se verifica un síntoma subjetivo, en tanto para serlo es preciso creer en
él. No tiene “insigth” dirían los psicólogos. El debate actual
sobre el llamado bullying, no deja de reflejar lo que estamos diciendo.
El bullying no
es un fenómeno reciente, si bien se ha incrementado dramáticamente en la última
década. La violencia, a través muchas conductas en el colegio o escuelas,
se sitúa, también, como respuesta a un cierto declive de la imagen social de
la autoridad (maestro, padre), que da paso a una lógica de red
y a una victimización horizontal. Ante el riesgo de convertirse en víctima, hay
que situarse en el otro bando, como acosador y/o como espectador
mudo. Esto es lo que se ve frecuentemente: niños que se ubican como
espectadores mudos de la violencia que algunos le ejercen a algún compañero, o
callar y aplaudir para no convertirse en víctimas, ellos también. Por ello, el bullying plantea
siempre un ternario formado por el agresor, la víctima y el grupo de
espectadores.
b) Trastorno
por déficit de la atención
El Trastorno por Déficit
de la Atención (conocido como ADD por sus siglas en inglés) es un
síndrome que ha cambiado de definiciones a través de la historia. Las primeras descripciones
clínicas de la falta de concentración e hiperactividad datan de 1902 y se
conceptualizaron como “defectos en el control moral”. Años después, en la década de los sesenta, se habló de “Disfunción
Mínima Cerebral”, “Hiperquinesis” o simplemente como el “Síndrome del Niño
Hiperactivo”.
En 1980 con la aparición
en los Estados Unidos del Manual de Diagnóstico y Estadística III (DSM-III), se
define por primera vez como “trastorno por Déficit de la Atención” y
luego versiones más modernas lo definieron como “Trastorno por déficit de la
atención con hiperactividad”.
El DSM IV[3] define al trastorno por déficit de atención con
hiperactividad como:
“un patrón persistente de
desatención y/o hiperactividad-impulsividad, que es más frecuente y grave que
el observado habitualmente en sujetos de un nivel de desarrollo similar.
Algunos síntomas de hiperactividad-impulsividad o de desatención causantes de problemas
pueden haber aparecido antes de los 7 años de edad”.
Las características que
plantean, tienen que ver con dos indicadores concentrados en la falta de atención y
en la hiperactividad:
Desatención
(a) no presta atención
suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en
las tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades
(b) tiene dificultades
para mantener la atención en tareas o en actividades lúdicas
(c) parece no
escuchar cuando se le habla directamente
(d) no sigue
instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos, u obligaciones
en el centro de trabajo (no se debe a comportamiento negativista o a
incapacidad para comprender instrucciones)
(e) tiene dificultades
para organizar tareas y actividades
(f) evita, le disgusta o es
renuente en cuanto a dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo
mental sostenido (como trabajos escolares o domésticos)
(g) extravía
objetos necesarios para tareas o actividades (p. ej., juguetes,
ejercicios escolares, lápices, libros o herramientas)
(h) se distrae fácilmente
por estímulos irrelevantes
(i) es descuidado en
las actividades diarias
Hiperactividad
(a) mueve en exceso manos
o pies, o se remueve en su asiento
(b) abandona su asiento en
la clase o en otras situaciones en que se espera que permanezca sentado
(c) corre o salta
excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en adolescentes o
adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud)
(d) tiene dificultades
para jugar o dedicarse tranquilamente a actividades de ocio
(e) suele actuar como si
tuviera un motor
(f) habla en exceso
Impulsividad
(g) precipita respuestas
antes de haber sido completadas las preguntas
(h) tiene dificultades para guardar turno
(i) interrumpe o se
inmiscuye en las actividades de otros (p. ej., se entromete en conversaciones o
juegos)
El problema que genera
esta clasificación, es que todo niño que pudiera manifestar una dificultad
para sostener la atención o el control de los impulsos o revelar a una
actividad excesiva, plantearía la posibilidad de padecer un DDA.
Necesariamente esta nueva
forma de mirar los patrones de conducta desde la psiquiatría americana (léase
mundial) puede llevarnos a pensar en una verdadera pandemia, ya que muchísimos
niños poseerían estas características.
¿Qué es la Ritalina?
La Ritalina es el
nombre comercial de un compuesto derivado de la familia de las anfetaminas: el
metilfenidato.
El metilfenidato es un
estimulante del sistema nervioso central. Su mecanismo de acción en el ser
humano no se ha dilucidado por completo, pero se presume que ejerce su
efecto estimulando el sistema activador del tronco cerebral y la corteza.
Científicamente, aun no se ha determinado claramente el mecanismo por el que el
fármaco produce sus efectos sobre la mente y la conducta de los niños, pero los estudios
empíricos concluyen que el metilfenidato logra que el sistema nervioso priorice
la información, mejorando el paso de adrenalina y noradrenalina (neurotransmisores
comprometidos con la función de atender) entre las neuronas.
También desde lo empírico
se comprueba que sus efectos farmacológicos son muy similares a
la metanfetamina o la cocaína: aumenta la capacidad de atención, genera una
sensación de euforia, incrementa los niveles de energía a corto plazo y
permite una concentración mayor. Sin embargo, la Ritalina controla la hiperactividad durante un
tiempo (entre dos a cuatro horas) pero no lo logra a largo plazo.
Algunos médicos advierten
que puede resultar adictiva en la adolescencia y puede tener como efectos
colaterales el insomnio y la anorexia. Diferentes estudios
desaconsejan el metilfenidato en caso de niños con tics porque algunos pueden
agravarse, originando una forma extrema que es el Síndrome de Gilles de la
Tourette[4] y plantean que es riesgoso en niños
psicóticos pues incrementa la sintomatología.
También hay estudios que
confirman retardo en el crecimiento. Por esa razón los médicos
que recetan Ritalina a los niños recomiendan dejar de tomar el fármaco por
algún tiempo.
En dosis bajas, no parece crear una adicción tan intensa como la cocaína,
pero en dosis más altas sus efectos pueden ser similares.
El profesor William Pelham, de la Universidad de Buffalo,
comentó: "Creo que en el primer estudio realizado a fines de los ‛90
exageramos el impacto beneficioso de los medicamentos. Y también vimos que no
hubo efectos beneficiosos. ".[5]
¿Hablamos de una pandemia?
Según la revista inglesa
“New Scientist”[6], el uso de Ritalina es uno de los
fenómenos farmacéuticos más extraordinarios de nuestro tiempo. A principios de
este siglo los estudios realizados atestiguaban que cuatro de cada
veinte niños eran medicados con Ritalina en las escuelas de Buenos Aires,
Santiago de Chile, Rio de Janeiro, San Pablo y Porto Alegre.
Según un estudio que realizó la Oficina de Seguridad de Drogas de la FDA
(la agencia norteamericana de control de medicamentos), en Estados Unidos más
del nueve por ciento de los varones de doce años y casi el cuatro por ciento de
las niñas están medicados con Ritalina. El mismo estudio indica que quince
millones de estadounidenses están diagnosticados como trastorno por déficit
atencional con hiperactividad.
Durante los años noventa, en Argentina, el diagnóstico de trastorno
por déficit atencional con hiperactividad se extendió como una epidemia en
sectores medios y altos del país, siguiendo la misma tendencia que en Estados
Unidos. Cada país tiene un cupo de importación de metilfenidato acordado con la Junta Internacional de Control de Narcóticos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas). El de Argentina, por
ejemplo, es de 60 kilogramos por año.
En el año 2003 Argentina importó 23,7 kilogramos de metilfenidato; un año más tarde se
importaron 40,4 kilogramos, según informó la agencia nacional de control
de medicamentos.
En el 2005, los laboratorios importaron 49,5 kilogramos de metilfenidato, más del doble que dos años atrás. En el 2007 los siete laboratorios que comercializan el
fármaco solicitaron autorización para traer al país una cantidad superior a los 80
kilogramos.
Uruguay
En el 2001 la importación
de metilfenidato en Uruguay llegaba a los 900 gramos. Mientras
que en el año 2002, alcanzó los 4.500 gramos.
En el 2003 la cantidad se
duplicó, llegando a los 9.180 gramos. Y en el año 2007 se alcanzó a
un récord absoluto: casi 17.000 gramos. En definitiva en 6 años
la importación del fármaco se multiplicó por dieciocho.
El experto uruguayo Enrique Ortega Salinas, autor de varios libros, entre
ellos el recientemente publicado "Inteligencia extrema"[7], indicó al diario “La República”[8] que:
"El aumento de la importación de Ritalina tiene mucho de negocio y más
de irresponsabilidad, prejuicios; insensibilidad de algunos e ignorancia de
otros". El especialista explicó que algunos niños con un coeficiente
intelectual alto suelen ser revoltosos e incumplidores. "Para que el niño
se adapte al sistema le practican una especie de lobotomía, provocada por esta
droga, y aquel que antaño tenía brillo en sus pupilas ahora tiene ojos opacos,
perdidos".
El 24 de abril del 2009 el
Tribunal de familia obligó al Ministerio de Salud Pública a ejercer más control
sobre el metilfenidato y a llevar un registro de esa droga en los centros de
salud públicos y privados a los efectos de establecer una verdadera política en
esa área.
El tribunal entendió que
las omisiones del MSP en el control de esta droga vulneraban los tratados
internacionales suscritos por Uruguay, así como el derecho a la vida, a la
salud y a la “protección especial” de la infancia, consagrados en la
Constitución de la República.
De acuerdo con esa
sentencia, mientras que las cifras indican que el 5% de los niños en el mundo
sufren de Trastornos por Déficit Atencional con Hiperactividad en Uruguay es
del 30%. Si esto es cierto, Uruguay sufre una epidemia de
proporciones verdaderamente estremecedoras.
El problema del déficit de
atención para los adultos y en los adultos
Asistimos a un tiempo
donde el campo de la singularidad trata de ser aplastado por los manuales
médicos y sus tablas de síndromes y trastornos, uniformizando una gran variedad
de fenómenos clínicos dispares.
No hay dudas que cualquier
síntoma psíquico implica sufrimiento. En el caso del niño, además, no está
ajeno a su entorno inmediato. Muchas veces su sintomatología está directamente
ligada a la angustia o inquietud de los padres.
Cuando se medica con
Ritalina a un niño diagnosticado con un Trastorno por Déficit
Atencional con o sin Hiperactividad conviene preguntarse qué es lo que se está medicando.
La medicación a veces
congela definitivamente la posibilidad que ese sufrimiento psíquico pueda ser
desplegado; y el niño queda en un lugar de objeto. La Ritalina tiende a obturar
la capacidad de interrogación de los padres en torno a lo que aparece designado
como sintomático en sus hijos. Su cuerpo pasa a ser objeto de la
medicación, o de la aplicación de diferentes dispositivos. De esta manera se
silencia su demanda mientras se cree estar aliviando un síntoma.
El metilfenidato puede
producir un doble silenciamiento. Por un lado en el niño, ya que su
demanda se agota en la administración de pastillas. Y por otro, el
silenciamiento hacia los padres ya que permanecen en una posición de no saber
respecto de todo aquello que los implica en la problemática de su hijo.
No se trata de una postura
contra la medicación, es claro que muchas veces es necesaria cuando no
imprescindible la administración del fármaco. El problema es que corremos el
riesgo de la cronificación de la medicación como respuesta.
Los efectos que produce
esta visión “biologizada” de la realidad es el apuntar exclusivamente a una
modificación de la conducta del niño, en lugar de apoyar al despliegue
sintomático que permita entender sus causas.
La tos, por ejemplo, es un síntoma; nadie toma a esta manifestación clínica
como una enfermedad en sí misma; se puede tener ese síntoma y tener angina,
bronquitis, neumonía o alergia. Hay que leerla, interpretarla para conocer de
qué se trata. Con el déficit atencional no ocurre lo mismo. La desatención, la
hiperactividad y la impulsividad, no son leídas como manifestaciones que
integran una singularidad, sino como elementos determinantes de un trastorno
irreversible e incurable.
El lugar del síntoma en la
estructura
Edward Hallowell y John Ratey declaran en su libro “Controlando la
hiperactividad”[9] que el cuerpo médico una vez
que comprende la naturaleza de este síndrome, tiende a verlo en todas partes.
Francis Fukuyama, en la actualidad es miembro del Consejo Presidencial
sobre bioética de los Estados Unidos de América, escribe en el “Ensayo sobre el fin del hombre”[10]:
“… el trastorno por déficit atencional con hiperactividad no es una
enfermedad, sino más bien el extremo de la curva estadística que describe la
distribución del comportamiento normal. Los humanos jóvenes, y en especial los
niños, no han sido diseñados por la evolución para permanecer sentados ante un
pupitre durante horas seguidas, escuchando a una profesora, sino
para correr, jugar y desarrollar otras clases de actividad física. Que les
exijamos, cada vez más, que permanezcan sentados en las aulas, o que los
padres y profesores tengan menos tiempo para realizar con ellos tareas
interesantes, es lo que crea la impresión de que existe una enfermedad que se
está extendiendo.
(…) La política de la Ritalina es muy reveladora acerca de
nuestra insuficiente comprensión del carácter y la conducta, y nos ofrece un
anticipo de lo que acontecerá si, en efecto, la ingeniería genética —con su
potencial infinitamente mayor para perfeccionar el comportamiento— se hace
realidad. Aquellos que creen padecer trastorno por déficit atencional con
hiperactividad suelen aferrarse con desesperación a la idea de que su
incapacidad para concentrarse o rendir en alguna faceta de la vida no obedece,
como se ha dicho a menudo, a una cuestión de debilidad de carácter o de falta
de voluntad, sino que viene determinada por una condición neurológica.
Es comprensible, desde luego, que unos padres agobiados o unos profesores
saturados de trabajo quieran hacer su vida más fácil tomando un atajo médico,
pero lo que es comprensible no siempre se corresponde con lo que es correcto”.
Es importante remarcar
que, sin duda, existen niños con dificultades de concentración y aprendizaje,
tanto en la casa como en la escuela. La cuestión es ¿cómo entenderlo? y ¿cómo
responder frente a estos cuadros?
El trastorno por déficit
atencional con hiperactividad no dice nada de los sujetos que portan ese
malestar. Posee una significación vacía.
Parece exagerado que todos
los niños que presentan una manifestación de "inadaptación social"
tengan problemas neurológicos.
La Ritalina aplasta
al síntoma y lo transforma en un trastorno.
Más allá de todo lo
planteado no podemos desconocer que el fenómeno del déficit de atención es
evidente. Si hablamos de un porcentaje tan grande de niños que está
diagnosticado con este trastorno, estamos hablando de un síntoma que articula
la problemática individual con lo social.
Para los psicoanalistas,
se trata entonces de situar el problema en términos de localizar en cada
caso cuál es la estructura del niño, cuál es su posición subjetiva y como juega
en su universo familiar eso que lo aqueja.
Si podemos pensar el
problema de la atención, la impulsividad y la hiperactividad como producciones
subjetivas particulares del niño, y no como un problema universal, quizás
podamos comprender lo específico del déficit de atención con hiperactividad en
cada singularidad.
Un caso clínico para
ayudarnos a entender: “árbol con hojas pegadas”[11]
“Una señora pide una entrevista por indicación del
psicólogo escolar. Su hijo de siete años ha comenzado el segundo grado de la
primaria y no aprende. En las condiciones en que se encuentra, repetirá. Se
presentan a la entrevista el padre y la madre y me informan acerca del niño.
Tomo nota de la información que me proporcionan y les propongo una cita para el
niño y posteriormente una nueva entrevista con ellos.
El informe del psicólogo escolar diagnostica DDA, con
las siguientes características: ‛No presta atención. Incurre en errores. No
mantiene la atención ni en actividades lúdicas. Parece no escuchar. No cumple
las instrucciones. No finaliza las tareas. No se sabe organizar. Está
permanentemente distraído. No aprende’.
Con este informe, el pediatra ha indicado medicar con
Ritalina y consultar a un psicólogo. Los padres se resisten a someter al niño a
medicación. Han comprado la Ritalina, pero los efectos secundarios indicados en
el prospecto los atemorizaron.
A la entrevista siguiente llega el niño con su madre.
En la sala de espera me presento al niño y lo hago pasar a la consulta. Me
explica que tiene los bolsillos llenos de hojas de árboles que fue recogiendo
por el camino, ya que la maestra las pidió para un trabajo a realizar en clase.
En la consulta he dispuesto juguetes y materiales
tales como hojas de papel, rotuladores de colores, tijeras, pegamento y
plastilina. Al verlos el niño se inclina y comienza a jugar con los cochecitos,
para luego ir probando cada uno de los juguetes. Finalmente toma los lápices,
se da la vuelta y me pregunta: ‛ ¿Puedo pintar?’. ‛Sí, puedes pintar.’ Dibuja
un árbol sin hojas. Se queda mirando el dibujo y comienza a sacar hojas de sus
bolsillos. Se da vuelta con una barra de pegamento en la mano y me pregunta:
‘¿Puedo pegar?’. ‘Sí. Puedes pegar.’ Pasa la barra de pegamento por donde ha
dibujado las ramas del árbol, va seleccionando hojas y las pega. Se queda
mirando lo que ha hecho y, señalando con el dedo, me dice: ‘Pero estas hojas no
son de este árbol’.
La entrevista ha durado veinte minutos. Le hago saber
que sus padres lo tendrán al tanto de próximas entrevistas. Al día siguiente
tengo entrevista con los padres. Les pido que me relaten la historia del
nacimiento del niño. La señora mira azorada a su marido. Se han puesto
nerviosos. La madre, con voz temblorosa, dice: ‘Este niño es adoptivo’. ‘Eso es
lo que ha motivado mi pregunta’, les aclaro. ‘Pero nadie lo sabe –continúa la madre–.
Nos organizamos para que una mujer embarazada que no quería tener el niño me lo
cediera y para que un obstetra certificara que lo había parido yo. ’
‘El niño lo sabe”, respondí. Les expliqué que este
saber del niño era inconsciente y me lo había trasmitido a través de los
dibujos. Les di mi opinión: ‘El niño se ha hecho cómplice inconsciente. Nadie
debe saberlo. El tampoco debe saber. Para no saber, no debe aprender’.
‘¿Y esto cómo se soluciona? ’, preguntó el padre.
‘Contándole al niño su verdadera historia’, respondí. Ella se puso a llorar
diciendo que no podía hacer eso, que iba a traer problemas, que no se sentía en
condiciones de enfrentar la situación. La invité a tener entrevistas
individuales para que pudiera entender qué le impedía enfrentar la situación, y
también seguir teniendo entrevistas con el niño.
Al cabo de un tiempo, el niño comentó en sesión la
historia de su origen, del que había sido informado por sus padres. No
manifestó ningún tipo de reacción negativa. Aprobó el primer trimestre y la
jefa de estudios notificó a los padres que los obstáculos en el aprendizaje
habían sido superados, que el niño había cambiado radicalmente de actitud y que
ya no había riesgo de repetición de curso.”
Final
El pedagogo francés
Philippe Meirieu señaló tres condiciones indispensables para que un
dispositivo pedagógico cumpla su función:
a) Tiene
que conformarse un espacio sin amenazas.
b) Poder
constituirse en un lugar en donde el niño pueda aliarse con un adulto contra
todas las formas de adversidad y de fatalidad.
c) que
debe ser rico en ocasiones y estimulaciones.
Algunos sistemas escolares
se están dando cuenta de esto y están empezando a fomentar estas cuestiones a
partir de una colaboración fuerte entre institución-padre. Es fundamental
que los padres y las instituciones educativas tengan un norte claro a donde
apuntar con los niños, favoreciendo el lazo social entre ellos, pudiendo
también decir “NO”, eso tan importante en esta etapa constitutiva del ser
humano. Para eso es imprescindible entender que el niño es portador de una
singularidad, de una historia única e irrepetible que lo hace un ser particular
en el mundo.
[1] Ons, S. (2011): Violencia/s, Buenos
Aires, Paidós.
[2] Miller, J.-A. y Laurent, E. (2005): El Otro
que tío existe y sus comités de ética, Buenos Aires, Paidos, págs. 9-29
(trad.: Nora González).
[3] DSM IV TR “Manual diagnostico y estructuras
mentales”, ED Masson, Barcelona, 2005
[4] El síndrome de Tourette es un trastorno
neurológico caracterizado por movimientos repetitivos, estereotipados e
involuntarios y la emisión incontrolable de sonidos vocales (tics).
[8] http://www.larepublica.com.uy/comunidad/300365-a-clases-con-lapiz-goma-cuaderno-y-una-pastilla-para-los-nervios
[10] Fukuyama, F., “El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica”.
Ediciones B, Barcelona, 2002
[11] Caso clínico de la psicoanalista Marta Davidovich tomado del diario argentino
“Página 12” (www.pagina12.com.ar)
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