El
virus no solo ataca a las personas, también lo hace a los inmuebles, a los
trabajos, a las esperanzas y a las rutinas.
Hoy
fui a un lugar que le tengo mucho cariño, se llama Oda. Se trata de una pequeña
galería en Yaguarón y San José que vende objetos de arte elaborados por
artistas y artesanos. Un bastión para aquellos que quieren mostrar y vender su
producción y no disponen de la consistencia económica para poder hacerlo por su
cuenta.
Este
lugar cierra ya que la pandemia los golpeó de lleno y no les dio la posibilidad
de levantarse. Abrieron por este último fin de semana para poder vender lo que
puedan y despedirse sin demasiado ruido. Otro local que se cierra, otra rutina
que se corta, otra esperanza que se desvanece. De eso también se construyen las
tragedias colectivas, de pequeñas historias que no salen en la prensa, que no
cuentan en los números y estadísticas oficiales, pero que son también víctimas
de un tiempo oscuro.
Al
pasar por ahí a comprar algunas últimas cosas, saludé a los dueños, una pareja amable
y siempre bien dispuesta. Entristecido sin dudas, el dueño me comentó que no
podía seguir sosteniendo el local después de dos meses sin abrir. Confieso que
me trasmitió un profundo dolor. Su voz cansada me recordó a la voz de mi padre.
Vinieron a mi memoria la década de los ochenta, la ruptura de la “tablita” y
como perdió todo. En su voz me encontré con la tristeza paterna. La Oda se
convirtió en trágica pero íntima, empática e inevitable que me transportó a mi
propio mundo. Mi padre salió de la crisis de los ochentas, pero con las
secuelas inevitables que producen las tragedias colectivas de esa magnitud, esa
de los sueños rotos y de las esperanzas desechas. Solo pude escuchar sin decir
demasiado, las palabras a veces están de más. Me pasó lo mismo que cuando era
un niño, solo pude escuchar el dolor.
Compré
un par de cosas, y me regaló un “Quitapenas”. Una muñequita proveniente de la cultura mejicana, confeccionada
con madera, alambre, tela y cartón. De acuerdo a la tradición popular, estas
pequeñas figuras tienen la
facultad de asumir o “cargar” las preocupaciones de su propietario, para
que éste pueda dormir sin ser perturbado por sus pensamientos.
Quizás hoy antes de dormir hable con ella.