Presentación
Con
nombre de un famoso actor de cine, John Wayne Gacy también adquirió celebridad,
pero lamentablemente por asesinar a una treintena de adolescentes y por
mantener durante años en jaque a la Policía de Chicago.
El 14
de marzo de 1942, John Stanley Gacy y Marion Robinson trajeron al mundo en
Chicago a quien sería su único hijo varón. Lo llamaron John Wayne en honor al
actor que Marion tanto admiraba. En 1980, con 42 años, este hombre fue declarado culpable y sentenciado a
muerte por el asesinato de treinta y tres personas en seis años. Quienes escribieron
sobre él recalcaron su físico fortachón y su cara bastante aniñada, como si
hubiera sido un niño atrapado en el cuerpo de un adulto.
La
información sobre la infancia de Gacy es escasa, pero significativa. De todas
formas, es difícil asegurar que alcance para explicar su comportamiento, al que
muchos definieron como «antisocial». Sí se conocen sus primeros instantes en el
mundo: el parto de su madre fue difícil y desde que nació tuvieron que
aplicarle enemas y supositorios diarios durante tres meses por dificultades respiratorias. Ese tratamiento fue sumamente agresivo
para una criatura tan pequeña, e impensado de llevarse a cabo por orden médica,
según las referencias de algunos doctores consultados.
La
psiquiatra Hellen
Morrison, quien escribió varios capítulos sobre Gacy en su libro Mi vida con los asesinos en serie[2],
recogió el siguiente testimonio telefónico de Marion, la madre de Gacy:
«El
parto se retrasó un poco y cuando por fin nació estaba morado. Le di enemas y
supositorios. Cada día. Se los receté yo misma, todos los días durante los
primeros tres meses».
Sin
embargo, cuando la psiquiatra se encontró personalmente con ella, Marion negó
haber realizado dicha declaración. La aplicación de ese tratamiento abre
sospechas sobre la salud mental de la madre. No se puede asegurar que John Gacy
fuera un hijo buscado y deseado por sus padres, pero sí que sufrió tempranos
daños psicológicos. Su padre era un hombre agresivo física y psicológicamente,
y su madre era víctima de esa violencia. En muchos sentidos, fue una madre
ausente.
Gacy
fue el segundo, y único varón, de tres hijos que tuvo el matrimonio. De sus
hermanas se conocen solo las edades: Karen era dos años menor que él, y Joanne
dos años mayor. Gacy las apreciaba mucho, al igual que a su madre, pero hasta
que su padre falleció él no logró tener una relación estrecha con ninguna de
ellas, especialmente con su madre.
El
padre de Gacy era un abusador en el más amplio de los sentidos. Descalificaba
constantemente a su hijo a través de la indiferencia y de insultos sumamente
hirientes. Lo trataba de afeminado y mariquita, le impedía el vínculo con las
mujeres de la casa (fundamentalmente con la madre), lo rechazaba
permanentemente y, cuando estaba alcoholizado (casi siempre), lo golpeaba. El
comportamiento del padre generaba en John Jr. una frustración muy grande y un
intento incesante de obtener su aprobación y su amor. Por el contrario, John
Stanley Gacy nunca demostró el menor interés por su hijo, incluso cuando su
conducta y sus logros fueron excelentes. El padre se volvió un objetivo inalcanzable
y una razón de lamento en la vida John Jr., quien inclusive llegó a justificar
su actitud diciendo: «Nunca evadí a mi padre porque lo amaba, por lo que
aguantó». ¿Qué fue lo que tuvo que «aguantar» el padre? Lo desconocemos.
A
partir de la entrevista realizada a Marion por la doctora Morrison, se sabe que
el padre:
«Tenía heridas de la guerra…Y un tumor
cerebral. Por eso le cambiaba el humor constantemente, podía ser agresivo tanto
verbal como físicamente».
Los
frecuentes desmayos y pérdida de conocimiento que sufría Gacy contribuyeron a
esa etiqueta de niño enfermizo, sensible, delicado, femenino. En palabras de su
padre: «mariquita». A pesar del amor no correspondido con la figura paterna,
entre otros dilemas familiares, Gacy se desenvolvía adecuadamente durante su
infancia: sacaba muy buenas notas, era querido por sus compañeros de clase y
amigos y se destacaba por su responsabilidad y por su cooperación, sobre todo
en el hogar. El niño no generaba dificultades a nivel conductual.
Por
otro lado, no tuvo una buena salud. Era sonámbulo, tenía sobrepeso. A los
quince le diagnosticaron epilepsia, enfermedad que le dejó problemas cardíacos
y dolores diversos. Después de reiterados acontecimientos —generalmente
posteriores a alguna discusión en las que John perdió el conocimiento, sufrió
desmayos y malestares importantes— lo atendieron para «controlar» su
enfermedad. Llaman la atención la falta de intervención médica y familiar a
tiempo y la poca importancia que se les dio a estos episodios. Nos preguntamos
si se trataban de crisis epilépticas, o si habría algo más detrás de esos
desvanecimientos.
Una
vez en la cárcel, Gacy confesó que a los quince años se masturbaba con medias y
ropa interior femeninas que robaba de los tendederos vecinos. Sus tendencias
fetichistas se iniciaron a temprana edad, y con el tiempo se volvieron naturales y patológicas.
A los
veinte años, en 1962, Gacy abandonó su hogar y se dirigió a Las Vegas en busca
de trabajo. Consiguió rápidamente un empleo en una empresa funeraria, en la
cual, como contó varios años después, tuvo un acercamiento a la práctica de la
necrofilia. Se había sentido excitado tras meterse dentro de un ataúd y ponerse
encima un cadáver. La doctora Morrison entendió dicho acto como una necesidad
de probar, de experimentar, y no como una práctica perversa propiamente dicha.
Luego de más de seiscientas horas de entrevistas con el paciente, la psiquiatra concluyó que Gacy no encontraba
diferencias cuando estaba con una mujer, un hombre o un cadáver, porque para él
eran todos objetos sin esencia.
En
1964, inició la vida en pareja y se casó con Marilyn Myers, hija de un
importante empresario, con quien también se vinculó laboralmente. En ese
momento se inició en la práctica homosexual.
Gacy
fue condenado a 10 años de cárcel en 1968 por «sodomizar a un menor» llamado
Donald Vorhees, que era uno de sus empleados. Esto determinó la separación de
su esposa y el divorcio tres años después. Estuvo en la cárcel solo dos años y
algunos meses, y a su salida se divorció formalmente. No hay datos sobre la
tenencia de la niña y el niño que tuvo la pareja; tampoco información de la relación entre Gacy
y sus hijos mientras crecían. Sí se sabe que en sus últimos momentos de vida
ellos fueron a visitarlo y nunca tuvo problemas de violencia sexual o física
con sus hijos:
«Siempre
cuidé a mis hijos…No estricto, había un montón de cosas de mi padre que yo
rechazaba…No soy partidario de azotar a los niños. Tampoco soy partidario de
dañarlos; mis valores son tales que puedo dar mucho amor a los niños».[3]
Mientras
Gacy se encontraba privado de libertad en Iowa, su padre falleció. Se enteró
cuatro días después y, según declararon su hermana y su madre, fue algo
devastador:
«Durante
toda mi vida decepcioné a mi padre. Y entonces volví a fallarle. Mi padre
siempre pensó que yo era un bobo, un estúpido, que nunca llegaría a ser nadie».[4]
Entre
1970 y 1971, con 28 años, fue liberado por buena conducta y evaluado por un
psiquiatra. En su pericia de peligrosidad afirmó: «La probabilidad de que vuelva
a ser acusado y condenado por conducta antisocial es, en apariencia, mínima».
Gacy
decidió mudarse a una zona de los suburbios de Chicago para rehacer su vida,
tanto en lo sentimental como en lo laboral. Allí comenzó algunos contactos y
consiguió ir escalando de a poco en diversos trabajos. Al parecer, el cambio de
ambiente fue un vuelco «justo» en su vida, de esta manera, podía pasar
desapercibido y cazar a sus presas. En un principio se contactó con sus
hermanas y su madre en busca de refugio y ayuda, pero luego decidió
independizarse y seguir su camino. Su hermana en un primer momento lo ayudó,
pero luego al saberse la verdad terminó preguntándose: «Siempre ha sido tan
buen hermano… ¿Cómo es posible que haya pasado algo así?». Su madre se encontraba inquieta y aislada, y más adelante
comenzó a sentirse sumamente culpable por lo que había sucedido con su hijo.
Gary
declaró que en esa época había fantaseado con los niños de su nuevo barrio, e
incluso comentó cómo ideó la posibilidad de mantener relaciones sexuales con
ellos y las diversas estrategias para conseguirlo. Gacy comenzó a ingresar con
facilidad a nuevos círculos y ocultaba su pasado con un desempeño notable que
de a poco lo situó en lugares de sumo reconocimiento.
Con
esa «facilidad» logró que lo liberaran de prisión muchos años antes de terminar
su condena. La manipulación y la actuación eran dos pilares del manejo
comunicativo de Gacy, sabía cuándo, cómo y con quién hablar y en qué momento: «Si no hubiese sido un manipulador no habría
tenido éxito. No se puede ser un personaje que lleva una vida secreta con éxito
si no se manipula a veces». Robert Ressler comparaba a Gacy con
una araña, que va aprisionando a todo lo que se le acerque. La doctora Morrison
menciona que si bien a Gacy lo habían atacado en la cárcel muchas veces,
movilizaba al resto de los convictos; incluso de haberlo querido, se habría
fugado en reiteradas ocasiones por el tipo de relación que tenía con los
policías.
A los
treinta años, Gacy se casó con Carole Hoff, una mujer bastante vulnerable.
Soltera y con dos hijas, no dudó en comenzar una nueva vida con quien
seguramente le había ofrecido sus cuidados y sostén. Pero el matrimonio se fue
desvaneciendo con el tiempo. Gacy blanqueó con su esposa sus preferencias
sexuales, y ella encontró en varias oportunidades pornografía infantil y
homosexual entre las pertenencias de su marido. A esa altura a Gacy no le
quitaba el sueño lo que su mujer pudiera pensar de él. Se consideraba un
liberal y no daba demasiadas explicaciones, uno más de sus aires de arrogancia
y poder. Se ubicaba a sí mismo en un pedestal «injuzgable»: él era quien
mandaba y nadie tenía derecho a meterse.
A los
32 años comenzó un negocio de pintura, decoración y mantenimiento. Decidió
contratar a hombres jóvenes para «abaratar costos», según explicaría, pero esta
justificación fue válida solo al principio. Las contrataciones se fueron
volviendo oportunidades fantásticas para el acecho y luego para el homicidio.
En ese momento y hasta 1978, se reiteraron sus asesinatos y violaciones.
En una
de las tantas entrevistas con la policía, Gacy hizo referencia al porqué de la
elección de sus víctimas. Los rebajó de forma despectiva y de modo más que
irónico (acorde a sus propias elecciones sexuales) los describió de la siguiente
manera:
«No
son más que unos despreciables mariquitas, unos inútiles vagabundos mientras
que yo soy un próspero hombre de negocios que no dispone de muchas horas
libres. Una relación sexual esporádica con estos jóvenes me quitaba menos
tiempo que mantener una relación seria con una mujer».[5]
Llevaba
una doble vida. Ejemplar, destacado, honrado, considerado, generoso son algunos
de los adjetivos que rodeaban el apellido Gacy en los suburbios y en su primer
hogar de Chicago. Un padre devoto, destacado en el trabajo por sus méritos y su
maña, un vendedor nato, que en sus ratos libres visitaba el sector de oncología
del hospital disfrazado de Pogo, el payaso para alegrar a los niños. Este era un hobby que, según él describió, le
hacía relajarse, era una forma de «dar
para recibir».
Sin
embargo, cuando podía quitarse la máscara declaraba:
«Nunca
planeé ser un ángel y siempre admití lo que hice».
En
mayo de 1978, ya con 36 años, Gacy decidió «salir a cazar». Merodeando en su
auto se cruzó con Jeff Ringall. Tras ofrecerle llevarlo a los bares populares,
lo anestesió con cloroformo en el asiento del acompañante, lo violó y lo
torturó de formas inimaginables, pero no lo mató. Ringall apareció vestido en
la estatua de Lincoln Park en Chicago. Luego declaró:
«No opuse resistencia a sus designios porque
estaba totalmente limitado y no me quedaba otra opción… No opuse resistencia en
ningún momento. Creo que por eso estoy vivo, porque aquello le hacía perder
interés. En cierta manera me gustaría que lo frieran. No sé si me comprende. Yo
pensaba que conocía el horror pero no sabía que alguien podía ser tan malvado».[6]
En
diciembre de ese mismo año, desapareció Robert Piest, de quince años. Su
familia sabía que el chico tendría una entrevista por cuestiones laborales con
Gacy. La madre de Robert lo había visto salir con él de la farmacia, y nunca
regresó. Gacy declaró que el chico fue muy insolente al pedirle trabajo, por lo
que él le sugirió que vendiera su cuerpo para conseguir el dinero que
necesitaba. Entonces lo violó y lo mató. Después de estrangularlo, Gacy se recostó, se durmió con él y al otro día lo
lanzó al río. Fue la segunda experiencia
de cuasi necrofilia que sabemos que Gacy experimentó. La desafectivización en este caso queda más que clara: la
víctima cosificada, un cuerpo muerto a su lado que le es lo suficientemente
indiferente como para priorizar su sueño.
El
asesinato de Robert, así como la sumatoria de acusaciones y desapariciones,
desató una inspección a su domicilio en ese mismo año que confirmó las
especulaciones. En la casa de Gacy encontraron un verdadero cementerio en 1978:
veintiocho cadáveres de jóvenes y niños de entre 9 y 21 años (algunos registros
mencionan de hasta 27). En el río Des Plaines, encontraron cinco cadáveres más.
El
hedor producto del macabro cementerio fue lo que incitó la excavación. Sus
víctimas eran empleados de su empresa, menores que ejercían la prostitución o a
los que había encontrado de forma casual en su vecindario. Los atraía con
diferentes excusas: les decía que estaba realizando una investigación sobre
sexualidad o se hacía pasar por policía.
Gacy
pudo haber sido sentenciado mucho antes que se disparara la cifra alarmante de
muertes que llevó a cabo. Sin embargo, siempre por una cuestión u otra lograba
ser liberado. La homosexualidad de por medio con sus víctimas hacía que muchas
veces hubiera una justificación para dejarlo libre; la policía alegaba que
habían sido relaciones con consentimiento, o que él había sido el atacado en
primera instancia. En otras ocasiones, a las víctimas directamente no les
creían por su corta edad.
(Presentación del caso escrita por Lucia Barboni)
Análisis
de un payaso poco gracioso
En el
muy buen libro llamado ¿A quién mata el
asesino?[7],
los psicoanalistas Silvia Tendlarz y Carlos Dante García plantean una dificultad para poder pensar la estructura clínica de Gacy. Este es
el mismo problema que señaló Lucía Barboni en la presentación del caso. Nuestra
primera pregunta entonces sería: ¿cuál es la estructura clínica de Gacy?
Estos autores, entre
los que incluyo a Lucía, afirman que realmente hay una dificultad diagnóstica.
Por un lado, Gacy fue un hombre que desarrolló una vida social bastante
intensa, se casó dos veces y tuvo varios hijos. Tras muchos años de trabajo,
logró consolidar una buena posición económica y social dentro de su comunidad.
Tenía su propia compañía contratista, organizaba grandes fiestas temáticas en
su casa, se disfrazaba de payaso con el fin de cumplir una labor social con
los niños enfermos de los hospitales. Poco antes de ser capturado estaba por
acceder a la política. Era un hombre querido y reputado.
Robert Ressler siempre
pensó que era un psicópata ya que aparecían en él la negación, la mentira
continua y el intento permanente de manipulación, elementos comunes en esta
patología. En su libro Dentro del
monstruo[8]
recuerda que Gacy tenía la imperiosa necesidad de negarlo todo,
especialmente la idea de la homosexualidad. Sin embargo, Tendlarz y García
plantean que si se toman en cuenta las entrevistas con Gacy, este no siempre
negaba, sino que en algunas ocasiones mentía, en otras discrepaba y en otras
rechazaba los dichos de Ressler u otros investigadores.
La psiquiatra Helen
Morrison descartó que se tratara de una psicopatía ya que en estos sujetos
aparece una personalidad organizada, estructurada, que no se dispersa y no
tienen problemas
con su conciencia. Cosa que no ocurría en Gacy. El diagnóstico de la doctora
Morrison fue de una psicosis mixta, con rasgos de distintas enfermedades y
síntomas mentales: defensa, disociación con identificación proyectiva, hipocondría
perpetua, bipolaridad. Pero lo que parece más extraño de su diagnóstico es: «En
su exterior era un hombre mientras que en su interior, una mujer, más mujer que
hombre».[9]
Otros diagnósticos
plantearon diferentes cosas, por ejemplo, el psicólogo clínico Thomas Elíseo
calificó a Gacy de esquizofrénico y paranoico. El psiquiatra forense Lawrence Freedman alegó que padecía de psicosis y
de neurosis sin compasión hacia las personas, junto a compulsiones y
obsesiones. El doctor Robert Traisman lo diagnosticó como esquizofrénico
ambulatorio. El psiquiatra Richard
G. Rappaport indicó que
no sufría ningún trastorno fisiológico que pudiera derivar en una patología
mental. El Dr. Heston lo calificó como antisocial sin trastorno mental,
mientras que para el psicólogo Anton Harmon era un antisocial.
Como se ve, son
diagnósticos diferentes que hablan de una dificultad para determinar de qué se
trata Gacy. Las causas de la patología de Gacy apuntan a los malos tratos
físicos y psicológicos en la infancia por parte de su padre. Sin embargo, esto
no es tan claro. Objetivamente llegó a cosas socialmente importantes. Por
ejemplo, fue nombrado «El hombre del año», en Springfield, Illinois.
Los psiquiatras
resaltaban especialmente dos manías de Gacy. Una era la de la limpieza; la
otra, la de anotarlo todo en una especie de diario. Era un libro rojo en donde
describía todo lo que hacía, absolutamente todo. Esto, según Gacy, estaba
relacionado con su trabajo de contratista, por el cual llevaba nota de todas
sus actividades. La escritura cumplía una función no solo de registro, sino de
relación con la economía subjetiva. Estas anotaciones se extendían al lugar en
donde estaba, al hotel en que paraba, a la comida que hacía. También cuando
estuvo preso anotaba:
«Durante el mes
de mayo recibí 143 correos y envié 59. Durante 1982, recibí 1167 mails; de las 8760 horas del año 1982 estuve fuera de mi
celda
2274 horas y 20 minutos. Envié 568 unidades de correo, me
di
353 duchas, me tomaron la presión 16 veces y, de las 1095 comidas que se
sirvieron, comí 463. Hoy se cumplí mi 39 mes aquí»[10].
Los psiquiatras también
señalan su logorrea: la necesidad de
hablar sin parar.
Tendlarz y García
arriesgan un diagnóstico y plantean que se puede precisar la posición subjetiva
de Gacy a partir de una conversación que mantuvo con Ressler. Al ser
interrogado acerca de las circunstancias en las que había asesinado al señor
Tim M., explicó que lo había matado en su casa y en defensa propia:
«Se me acercó con el
cuchillo. Se lo quité y se lo clavé en la mano. Eso lo mató».
Gacy no se incluye como
autor del asesinato, sino que lo presenta casi como un accidente. En este punto
los psicoanalistas argentinos deslizan la posibilidad de una psicosis. Parece totalmente justificado discernir en estas líneas que el
fantasma perverso en este sujeto se acopla a una lógica de otro orden: la
psicosis.
El año 1976 parece ser clave en la
vida de Gacy. En ese año se separó, pero además le confesó a su mujer que le
gustaban los hombres adolescentes.
Es
después de la muerte del padre en que empezaron las locuras de las muertes.
Dejaba cuerpos desperdigados por su casa. Esos actos nos hablarían claramente
de un asesino desorganizado. Gacy nunca fue hábil, pero sí es probable que esa
compulsión de matar con el tiempo se fuera agravando. No era un asesino serial
como Ted Bundy. Tenía una metodología diferente, aunque en algunos momentos se
le parecía, por ejemplo, en los engaños. A veces Gacy se hacía pasar por
policía y tenía una especie de metodología. Pero si profundizamos, nos vamos a
dar cuenta de que no eran iguales. Gacy no cosificaba a la persona como lo
hacía Bundy. No trataba al otro como si fuera un objeto y no una persona.
Un
perverso, un psicopático tiene un fin, una metodología muy clara de la voluntad
de goce. ¿Este es el discurso de Gacy? Tiene algo de eso, pero una cosa es la
estructura y otra es la conducta. Que la conducta es perversa no hay duda, pero
eso no necesariamente habla de su estructura, de su ser en el mundo.
Este
caso encierra un gran problema que es el horror del acto; es un hombre
absolutamente violento, que tortura a la víctima. Sin embargo, ¿podemos decir
que cosificaba al otro al modo perverso? Gacy producía horror en las víctimas y
también produce un efecto perverso en
quien lee sobre sus actos, pero eso no marca una estructura como
perversa.
Entonces,
surgen varias preguntas de este caso. ¿La relación con el objeto, con su
víctima, es de voluntad de goce? ¿Qué le hace él a la victima aparte de
matarla? ¿Goza con el horror del otro? El torturador, por ejemplo, le prepara
el juego al otro para quebrarlo emocionalmente. Con su relato, Ted Bundy, por
ejemplo, quería horrorizar al partenaire, pero en Gacy parece ser otra la
cuestión. Si bien algo de esto aparecía en Gacy, ¿lo hacía con la intención de
quebrarlo emocionalmente? ¿Quería realmente angustiar a su víctima o le contaba
lo que iba a suceder simplemente como una forma retentiva, como una forma de
controlar?
Una
serie de frases de Gacy ayudan a entender algo de lo que le pasaba:
«No he hecho nada de
lo que dicen».
«No sé si he llegado
a matar a alguien».
«No solo soy la
víctima aquí, puedo ser la víctima 34».
«Buctovich no es uno
de los que asesiné».
«La única conclusión
lógica es que tengo que matar al otro. Y si no puedo separarlo de mí tengo que
matar a los dos».
«Mi muerte no hará
regresar a las personas que asesiné».
Bastante
contradictorio. Gacy comete errores importantes en la sintaxis, no hay
diferenciación entre él y el otro. ¿Cuál es el sujeto y cuál es el objeto? Esto
tenemos que relacionarlo con sus aspectos biográficos: este hombre puede ser
constructor, puede fotografiarse con la mujer del presidente, puede ser un
payaso, puede ser homosexual, puede casarse dos veces y criar a sus hijos, ser
buen hombre de familia, tener relaciones perversas, ser condecorado, matar,
pintar, decir que es una víctima. Este hombre, en definitiva, ¿qué es?
Morrison
escribe:
«En unas de nuestras
reuniones sometí a Gacy a un examen lingüístico y le entregué una hoja y le
pedí que interpretara la acción, que describiera las frases siguientes: “Arthur
lanzó la pelota al bosque. Bárbara se enfadó mucho”.
“Me parece que Arthur
y Bárbara estaban jugando a la pelota y que Arthur la lanzó al bosque. Es
posible que ella creyera que lo había hecho a propósito. O tal vez pensara que
era su madre y que él la estaba desobedeciendo. Tal vez le había dicho que no
lanzara la pelota al bosque y él estaba demostrándole que iba a hacer lo que
quisiera.
Uno puede extraer
muchas conclusiones de dos frases. Quizá Arthur fuera demasiado pequeño para
entender que era un accidente. No entiendo por qué ella se enfadó, a menos que
estuviera bebida o se encontrara mal. Nadie es PERFECTO. Todo el mundo comete
errores. Bárbara estaba muy enfadada. Quizá ella había perdido la pelota y por
eso estaba como loca. La frase no indica si Bárbara estaba enfadada con Arthur,
solo lo doy por supuesto. Quizá son dos personas ancianas y la pelota ha caído
en su patio y en lugar de devolverla, él la lanzó al bosque a propósito y su
mujer se enfadó con él por su acción, por haber hecho aquello.”».[11]
¿Qué
le pasa a Gacy a partir de esta consigna de dos oraciones? ¿Se confunde o
enloquece a partir de este estímulo? Pierde el rumbo, la consigna lo va
atrapando y confundiendo cuando va armando la historia. ¿Por qué?, porque no hay un anclaje
ideológico. Cuando uno hace una historia le da un sentido, tiene que haber
necesariamente un punto de enganche. En esta historia, ¿hay sentido? Gacy se
pierde en las palabras. Las palabras comienzan a cobrar sentido por sí mismas.
Luce
Irrigaray, una especialista en el tema del lenguaje en los psicóticos, plantea
que lo que tendría sentido para el psicótico serían los significantes del
discurso de su madre, pero para él carecen de sentido. Es decir que a él lo
marcarían «sonidos» cuyos conceptos le quedarían ocultos, velados. De allí su
relación a la vez fascinada y dolorosa con los significantes, que repite,
transforma, desune, fractura, deletrea y trabaja como si a la vez quisiera
destruir y retomar por sí mismo su poder.
Los
significantes que enumera y asocia son una especie de resurgencias compulsivas
que emite pasivamente o utiliza como materiales a los que da forma o reelabora,
sin evocar ningún concepto o significado específico. Tampoco son simples
imágenes acústicas. Se producen, se reproducen, se desencadenan, se reencadenan
como notas y señales de rastros. El significado sería un efecto de la fuerza de
choque de los significantes del discurso de la madre. En consecuencia, ya no
hay signo de doble faz en el lenguaje del llamado esquizofrénico. En cambio sí
hay una escritura, o reescritura, criptogramática,
de inscripciones sonoras.
En
Daniel la ausencia de la metáfora es la impronta de su escritura y su decir. No
aparece una cierta resonancia del significante en sus palabras, las frases o
expresiones parecen que le sorprendieran en su boca. Muchas veces se trata de
repeticiones de palabras oídas poco antes, escuchadas en su entorno, que ocupan
un lugar temporal entre sus significantes habituales.
En
Gacy esto también aparece. Su abundante producción verbal, eso que los
psiquiatras llaman logorrea, está
dominada por una monotonía inquietante. Su habla no tiene resonancia, no puede
vincularla a nada porque no ha ingresado en el registro de la simbolización.
Sencillamente no hay sentido, es pura palabra, puro sonido. Engancha las
palabras por el sonido y no por lo que significan, las palabras no significan
nada: para él mesa y silla de repente pueden ser lo mismo.
Estos ejemplos demuestran la inconsistencia que tiene el significado. La
ausencia de la metáfora es la impronta de la escritura y el decir de Gacy. Sin
llegar al delirio, Gacy no puede controlar lo que dice, fracasa en la
autocorrección, en la producción de frases por motivos que trascienden el
contexto, tiene verborragia, contesta cosas que no se le preguntan y pierde la
capacidad de asociar, por eso llega a la incoherencia.[13]
Helen
Morrison en una entrevista a la madre de Gacy escribe:
«Conseguí
hablar largo rato por teléfono con Marion, la madre de Gacy. Esta había
trabajado como empleada en una farmacia y se había ido abriendo camino hasta
convertirse en una especie de boticaria sin titulación, con un grado algo
superior al de un ayudante farmacéutico. A diferencia del padre de Gacy, quien reprendía constantemente
a su hijo y lo tildaba de “bobo y estúpido”, todo apunta a que madre e hijo
mantenían una relación muy estrecha.
Marion no
se cansaba de repetir que se estaba persiguiendo injustamente a su hijo. Al
principio de nuestra conversación empezó a hablar de cómo era John de niño.
—El parto
se retrasó un poco y, cuando por fin nació, estaba morado.
—Debió ser
duro para usted, Marion.
—Hice lo
que pude por ayudarle. Durante meses le apliqué enemas cada día.
—¿Perdón?
—Le di
enemas y supositorios porque tuvo problemas antes de nacer. Defecó mientras aún
estaba en el útero y aquello le provocó problemas respiratorios.
Estaba
convencida de que había padecido aspiración de meconio, es decir, que había
inhalado sus propias heces mientras estaba en la matriz y que, como
consecuencia de ello, respiraba con dificultad. En el peor de los casos, ese
trastorno puede provocar neumonía o taponar un pulmón. Varios días después de
su nacimiento, comentó, el pequeño nuevamente tuvo problemas respiratorios y
se volvió alérgico a cualquier tipo de leche. Según me explicó le administraba
supositorios para atenuar aquellos problemas respiratorios.
—¿Quién se
los recetó? —le pregunté, pues no me parecía la receta más adecuada.
—Yo misma.
Soy farmacéutica de profesión.
—¿Durante
cuánto tiempo le suministró aquel tratamiento?
—Todos los
días durante los tres primeros meses.
Supongo que
algunas personas podrían haber llegado a la conclusión de que la madre de Gacy
también estaba loca y de que su forma de entender la maternidad tan peculiar
había afectado a John.
—¿Cómo era
el padre de John?
—Era como
mi padre. Un gran pescador, un hombre nada consentido. Era un tipo estricto,
eso sí, la perfección personificada.
—¿Estricto
en qué sentido?
—Bueno,
cuando los muchachos salían tenían que dejar escrito dónde estarían, la
dirección y el teléfono del lugar al que iban, y la hora a la que regresarían.
Cosas por el estilo. John no confiaba en nadie.
—¿Tenía
algún problema médico?
—Algunos.
Tenía heridas de la guerra. Y un tumor cerebral, pero los doctores nos dijeron
que no podía operarse. Por eso le cambiaba el humor constantemente. Podía ser
agresivo, tanto verbal como físicamente. Los doctores explicaron que era como
consecuencia del tumor y que me acostumbraría a convivir con ello.
—Había algo
en mi hijo que preocupaba mucho a mi marido.
Una vez
dejó de hablar de su hijo y de su marido, volví a sacar a colación el hecho de
que le hubiera administrado supositorios y enemas de bebé.
—Yo nunca
he dicho eso. Nada de eso.
Enrojeció y
le costaba respirar. Es posible que se sintiera abrumada por la vergüenza,
porque sabía perfectamente que me lo había explicado por teléfono.
De joven,
John era sonámbulo y perdía por completo la conciencia de su entorno y de sus
actos durante aquellos trances. Explicó que una noche puso a su hijo a dormir y
la mañana siguiente descubrió que le había salido una marca de nacimiento.
Aquella marca había desaparecido de su propio brazo y había reaparecido en el
de John. Ella lo describía como una especie de experiencia religiosa, como un
hecho sobrenatural. También esbozó otro momento en el que descubrió que ella
había perdido un diente. Contempló a su hijo mientras le cepillaba los dientes
y observó cómo aquel diente suyo había aparecido en la boca del niño. De
nuevo, hablaba de aquello como si se tratara de un milagro.
—Eso le
permite hacerse una idea de lo unidos que estábamos. Era como yo. Era incapaz
de dormir más de cuatro horas seguidas. No le gustaba estar solo, como a mí. Y,
bueno, también tenía sobrepeso».[14]
Increíble
testimonio. Marion no era una madre que solamente amaba a su hijo, era una
madre loca. Una madre que deliraba con relación a su hijo. Veía en su hijo
cosas, por ejemplo, una marca en el brazo que se trasladó como un pasaje
religioso, milagroso, y un diente suyo que apareció en la boca del niño. O sea,
una madre confundida en su hijo en una especie de unidad. El padre de Gacy, en
este punto, parece brillar por su ausencia. Esto de ausencia paterna no tiene
que ver con la presencia física. Se trata de si el padre como función puede
poner un límite. En este caso, a través del discurso vemos cómo la madre se
apropia de este hijo. Una verdadera paradoja, ya que tenemos una madre terrible
y un padre terrible. Sin embargo, el padre no tiene incidencia, madre e hijo
están conectados y él no interviene más allá de la violencia.
Por
todos estos elementos diríamos que Gacy es un psicótico, pero con un «montaje»
o fachada perversa.
[3] Helen
Morrison, Mi vida con los asesinos
seriales, Editorial Océano, Barcelona, 2004, p. 78.
[4] Ibídem, p.
80.
[5] Ibìdem, p.
103.
[6] Ibídem, p.
104.
[13] Algunos autores hablan de la esquizofasia en pacientes psicóticos, otros dicen que esto no se
da, que no existe, sino que lo que aparece es un trastorno en el pensamiento
que provoca que en el lenguaje verbal haya determinadas dificultades. En
realidad la mayoría de los autores comparten que existen trastornos a nivel
verbal. Por ejemplo, Bleuler habla de un síntoma básico en la esquizofrenia,
habla de una pérdida de capacidad de asociación, dice que dentro de los
trastornos del lenguaje en una esquizofrenia nos encontramos con varios rasgos,
uno de ellos seria la ruptura de la capacidad de asociar rasgos semánticos en
la secuencia de los sonidos: acentuación inadecuada, preocupación por un gran número de caracteres
semánticos de un término, incapacidad de aplicar reglas discursivas y
sintácticas, incapacidad de
autocorregirse. Lo que el esquizofrénico dice tiene un contenido tan vacío que
no es capaz de reparar un error cuando se contradice, omite palabras o las
inventa y, por último, produce frases por motivos que trascienden el contexto.
Otro autor, Chaika, dice que estos pacientes no controlan voluntariamente su
producción oral, razón por la cual no pueden autocorregirse como un sujeto
normal lo haría, por ejemplo, en un lapsus. En ellos no se da eso que podría
pasarnos a cualquiera de decir «uy, perdón, quise decir…». Para Chaika se
encuentran afectadas las estructuras profundas del lenguaje, por ejemplo, la
confusión con antónimos, la incapacidad para ordenar elementos con estructuras
significativas. Están ausentes las
conexiones que orientan y le dan un hilo conductor al que habla.
Entonces, las frases se gobiernan por la fonética, con un lenguaje automático.
Vale aclarar que muchos autores dicen que esto no se presenta siempre en la
psicosis, sino que se daría un tipo de comunicación que no implica un trastorno
del lenguaje. Se preguntan si hay un lenguaje “esquizofrénico”, ven una
perturbación en las reglas pragmáticas que distorsionan la comunicación, un
déficit de las vías de comunicación y también una atención selectiva. Otros
autores hablan de cuatro funciones perturbadas. Una sería la interpretación
verbal en frases específicas, como se ve sobre todo en las paranoias. Un ejemplo es el de la vecina que deja una
docena de huevos con el nombre abajo, la interpretación psicótica sería: «Ella me
deja una nota abajo porque piensa que soy inferior, y seguramente uno más de la
docena». Las relaciones cabalísticas, las relaciones entre cifras y las
combinaciones son otra función distorsionada: «La fecha de mi cumpleaños fue el
mismo día del natalicio de fulanito». Después se da lo mismo de las cifras pero
con personas, la secuencia de identidades entre apellidos, el árbol genealógico
y, finalmente, el juego de palabras como
forma de extender el delirio.
[14] Morrison,
o.cit., pp.109-111.
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