Debo confesar que el viernes santo nunca me generó nada hasta
el 2009, esa noche la recuerdo vivamente. Fue el momento que murió mi amigo Dagoberto
Puppo. Murió rodeado de su familia, tranquilo, y dándonos a todos una enseñanza
de cómo se acepta el destino que está marcado. Fue su último acto clínico.
Yo estuve allí para despedirlo, para verlo por última vez y
para poder decirle que había sido la persona que más había influido en mi
profesión y también en mi vida.
Un psiquiatra excepcional, pero sobre todo un clínico como
no conocí en mi vida, con una intuición clínica y un manejo de la trasferencia
que aún hoy me impacta.
Apenas horas antes de morir, en una charla íntima, cuando le
agradecía todo lo que había hecho por mí, me dijo sonriendo: “Jorge, yo te
agradezco a ti que me hiciste lacaniano”. Un adiós lleno de humor, y de amor,
que solo algunos pueden hacerlo.
No hay día que pase que no lo recuerde con su sapiencia y su
humildad, con sus cuentos clínicos y sobre todo con su profundo sentido de lo
humano.
No creo en Dioses, ni en ángeles, pero sí creo en hombres
que son excepcionales. Tuve la suerte de conocer a uno de esos y que además me
regalara su amistad, ese hombre se llamaba Dagoberto Puppo y yo tuve la dicha
de conocerlo.
En parte me di cuenta que en el año 2009 me convertí también
en un hombre de fe, de una que cree en los hombres terrenales que tienen la
virtud de dejarnos algo que nos hace mejores.
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