"Actualmente no vivo en la montaña, aunque no puedo sacármela de encima". Canessa
"Durante muchos años la cordillera fue un trauma, me encerré y no conseguía hablar de ello... Me costó mucho tiempo hacer la catarsis de todo lo que había sufrido... Sólo me sentía bien con el grupo de sobrevivientes porque hablábamos el mismo lenguaje emocional" Mangino
"De los Andes salí –a otros les sucedió lo mismo- muy rígido, muy frontal, muy frío... Recuerdo haber maltratado a mis padres y hermanos cuando me venían a visitar... yo sólo quería dormir o comer, estaba cansado y no quería que me molestaran...". Algorta
"Cuando regresé a la vida, demoré muchos meses para volver a dormir como lo hacía antes del accidente. Porque allá arriba pasaba las noches en vela, durmiendo a intervalos, donde el sueño nunca es sueño del todo". Pancho Delgado
Una experiencia imprevista, terrible o considerada traumática no necesariamente deviene en un acontecimiento traumático. Varias personas expuestas a un hecho conmocionante no lo registran del mismo modo, ni sus efectos son los mismos en todos. Siempre se pone en juego lo particular de cada uno. Se trataría entonces con qué recursos subjetivos cuentan las personas para enfrentar determinadas situaciones. En buena medida de ello depende que en ciertas circunstancias esos acontecimientos sean vivenciados o no como traumáticos.
Para que haya trauma, el mismo tiene que producirse en dos niveles: uno que esté comprendido en una dimensión física. Se trata necesariamente de una irrupción, ese es el primer nivel.
El segundo nivel tiene que ver cuando se intenta transmitir el acontecimiento traumático; ahí las palabras no tienen valor.
Muchas veces, el sujeto frente a la irrupción de esa terrible contingencia, queda imposibilitado de simbolizar el acontecimiento. Carece de las herramientas necesarias para poder brindar una explicación. Solamente se manifiesta en un retorno tortuoso.
Un trauma implica una detención del tiempo. ¿Por qué?, porque en ese lugar las palabras perdieron su validez.
En enero de 1973, en una entrevista que se le realizó a uno de los sobrevivientes de los Andes, Alfredo Delgado, aparece claramente lo mencionado:
"-Por empezar, algo muy vago: ¿cómo estás, cómo te encontrás?
- Todavía no estoy, todavía no me encuentro.
-¿Cómo es eso?
-Ocurre que todavía estoy flotando, no he podido hacer pie, no he vuelto a mi vida de antes. Los reportajes, el viaje a Montevideo, el recibimiento, el encuentro con los familiares, cada encuentro con cada amigo es un nuevo sacudón. Me está costando bastante volver a mis cosas, siempre hay algo que viene y me acude, un abrazo, un saludo, un encuentro. No hay caso, no termino de despertar.
-¿No será que has despertado, pero de una manera diferente, tan diferente que vos no lo advertís y confundís tu despertar a una nueva visión del mundo con una especie de pesadilla o algo así?
-Algo de eso hay. Estoy despertando y veo todo diferente, pero estoy seguro que todavía no he retornado, no me he despertado del todo, porque no he tenido respiro, todo está muy cerca. No me acostumbro a estar de regreso, no me acostumbro. Veo esta esquina que vi tantas veces y la veo por primera vez y me produce no sé qué extraña cosa. Veo ese café, aquel puente, estos árboles y siento que todo es nuevo y muy viejo a la vez".
El testimonio de Delgado en ese momento, expone un discurso del trauma desubjetivado a partir de un saber escrito en el cuerpo. De un saber que a la vez es consciente e inconsciente y que va a aparecer en la crisis de reviviscencia traumática
Se pregunta Françoise Davoine en el seminario sobre "El trauma y el lazo social" sobre los traumatizados de guerra: "¿cómo hacer para que esas personas que ya no pertenecen a nuestro mundo, que fueron radicalmente cambiadas por lo que les sucedió, puedan volver a nuestro mundo?"
¿Qué hacer cuando un acontecimiento es potencialmente tan terrible que deja a la persona al borde de la locura?
Los sobrevivientes dieron pruebas que han discurrido en una vida, en general, bastante equilibrada: estudiaron, se recibieron, trabajaron, se casaron, la mayoría sigue con sus familias, muchos de ellos son hombres exitosos en sus profesiones y trabajos.
¿Por qué no enloquecieron?
Las respuestas parecen encontrarse en los testimonios de los sobrevivientes: el amor y el grupo. Los dos significantes coinciden en todos los testimonios. Significantes porque de alguna manera se inscriben en un lugar.
Coche Inciarte, uno de los sobrevivientes, responde sobre la razón de por qué no terminaron como muchos de los ex combatientes de Malvinas: locos o suicidados. La respuesta tiene que ver con que hicieron una especie de terapia entre ellos durante los 72 días
El amor tiene que ver con eso, él lo llama terapia de grupo, que implicaba el poder sostenerse en el otro.
Cuerpo de varios
Varios sobrevivientes confiesan que fue el alud el momento más terrible de los 72 días en los Andes, pero también el acontecimiento que terminó de consolidar el grupo como el "cuerpo de varios":
"Cuando permanecimos sepultados bajo la nieve durante tres días después del alud, se creó un antes y un después, separando dos historias diferentes.
Salimos ocho menos, pero salió uno más, y ese "más uno" inmaterial nos advirtió que se terminaban definitivamente las mezquindades de la sociedad "civilizada". Fue ahí cuando entré en un contacto mucho más estrecho con una fuerza superior...
Todo el equipo funcionó como un organismo nuevo y muy eficaz". Coche Inciarte
"A partir de ese entonces (el alud) se profundizó esa sociedad del sexto sentido, se consolidó la cuarta dimensión. Que no es brujería, sino otra forma de conocimiento a la que accedimos en un espacio y en un tiempo donde el aprendizaje normal y racional tenía pocas posibilidades de ofrecer soluciones. Nos vamos convirtiendo en locos que funcionan por amor y sensibilidad". Adolfo Strauch
De la guardería de Hampstead a los Andes.
Anna Freud además de ser la hija de Freud, fue una analista que se especializó en el trabajo con niños y en particular con niños traumatizados. Huyendo de la guerra, los Freud se exiliaron en Inglaterra. Las tías de Anna no tuvieron la misma suerte de escapar, fueron deportadas a campos de concentración donde murieron. Anna tenía un verdadero trauma por el hecho de que ella y su padre habían podido escapar a Inglaterra pero habían dejado a esas tías libradas a un trágico destino.
En 1941, Anna creó una guardería en la zona de Hampstead destinada a niños que habían vivido terribles experiencias de guerra. Ocuparse de esos niños era una manera de cuidar el sufrimiento de su propio trauma.
La guardería de Hampstead se organizaba en una pequeña familia con cuatro o cinco niños y una persona que oficiaba como madre. Un intento de restituir lo perdido. Anna construyó una linda casa para unos niños que habían nacido en el campo de concentración de Terezin. La casa era muy acogedora, con juegos. Sin embargo, cuando llegaron los niños traumatizados se comportaron terriblemente, con una violencia llamativa; destrozaron la casa y la transformaron en un campo de concentración, tal como era su lugar.
Ana Freud escribió sobre su propia dificultad respecto de esos niños y particularmente porque hicieron fracasar toda su teoría.
Lo más importante del comportamiento de estos niños traumatizados más allá de la violencia, es que los cinco conformaban un solo cuerpo. No se podían separar. Funcionaban como una sola unidad; si se les daba un pedazo de pan inmediatamente lo repartían entre todos y no soportaban tener un pedazo más grande. No se trataba de una cuestión altruista sino de una necesidad vital de alimentar a ese cuerpo conformado por varios. En eso consistía su supervivencia.
El análisis de la guardería de Hampstead y la experiencia de Anna Freud con niños traumatizados reflejaría la relevancia de la constitución de un “cuerpo de varios” para la supervivencia.
Uno de los sobrevivientes, Menthol, confiesa que "Canessa consideraba que yo tenía que caminar para fortalecer los músculos, porque de lo contrario, si en algún momento teníamos que salir caminando, yo no podría hacerlo, y si yo no podía, él tampoco saldría".
Todos o ninguno, un solo cuerpo, un cuerpo de supervivencia. Allí no había imagen especular. Es un cuerpo que no se reconoce en el espejo. El cuerpo en esos momentos tiene que ver con el grupo.
La experiencia de supervivencia de los Andes dio muestras de un funcionamiento cercano a la locura, pero imprescindible para poder resistir.
Un tiempo en que se imponía un mundo sin deseo, salvo el de sobrevivir.
Las características de este cuerpo de varios estaría dada por:
El establecimiento entre los integrantes del grupo de un lazo más potente que el sexual.
El cuidado maternal con respecto del otro, "cuidado maternal" entendido como la atención centrada sólo en lo necesario para la supervivencia. Esto no tiene que ver con el deseo materno.
La lealtad con los muertos.
La lealtad a esos muertos no implica el aferrase al cadáver, para sobrevivir era necesaria la insensibilidad. Rivers describe al corte de la sensibilidad y la impasibilidad frente al horror de lo que acontece como la primera etapa del trauma.
En el reportaje que le realizaron en el año 73 a Pancho Delgado, al final del mismo decía:
"¿Tus días en el colegio, no los recordás?
-Sí, pero sin contornos... del colegio lo que me viene ahora a la memoria es mi mejor amigo, Numa... Numa Turcatti, Turcatti con dos "t". El también viajó en el avión, yo lo convencí para que viniera, la convencí a su madre para que lo empujara a él, que era medio flojo para salir... Numa se murió a los sesenta días, faltando tan poquito, en mis brazos, una mañana. Era como un hermano, más todavía... y pensar que no lloré, que no pude llorar ni en ese momento, porque ya tenía la caparazón puesta...".
Pedro Algorta escribe:
"Allí arriba estábamos blindados, no nos dábamos el lujo de sufrir, de pensar en nuestras casas, en nuestras familias. A mí se me murió un amigo en mis brazos, pero lo lloré unos segundos, después de muerto, ya no era él, y me puse su abrigo porque hacía frío. Y hoy no me genera ningún remordimiento, ninguno de nosotros ha tenido pesadillas con el tema".
La lealtad con los que están muertos aparece muy fuertemente en los testimonios de todos los sobrevivientes.
Gustavo Zerbino, confiesa que no quería irse de la montaña sin llevarse recuerdos de los muertos para ser entregados a los familiares. Zerbino estaba dispuesto a morir por ellos, los muertos.
¿Por qué estos hombres no enloquecieron, o se suicidaron como los combatientes de Malvinas por ejemplo?
Para que un traumatismo se convierta en algo que vire hacia la locura hacen falta que sucedan otras cosas además del acontecimiento traumático: la traición o la muerte del compañero, pero sobre todo la desvalorización social del acontecimiento.
Cuando se dan estos elementos, hacen del traumatizado alguien que está ya muerto, que regresa como si fuera un muerto viviente. Alguien que no puede inscribirse simbólicamente.
Los sobrevivientes de los Andes nunca dejaron de pertenecer a nuestro mundo, ya que pudieron inscribir socialmente su tragedia. Si bien nunca volverán a ser como eran antes y probablemente su sufrimiento no sea nunca totalmente calmado -porque de alguna manera ellos cultivan ese sufrimiento, ellos lo buscan, porque hay una lealtad hacia aquellos que fueron muertos- pudieron permitirse a través de una sociedad que los arropó y los nombró como una "sociedad de la nieve".
Después de treinta años de la tragedia, surgió el libro “La sociedad de la nieve”, y dieciocho años después el film del mismo nombre. Este último concluiría con una lectura que finalmente brinda a los sobrevivientes la oportunidad de hallar un sentido, un reencuentro y una posible inscripción social.
O como dice Parrado: "con el tiempo la montaña se convirtió en una parte de mi vida, afectó mi carácter, mi destino, debo aceptar que será así para siempre…"
Notas
Vierci, P., "La sociedad de la nieve", ED. Sudamericana, Uruguay, 2008, pág. 37
www.viven.com.uy
Davoine F. y Gaudilliere, "Locura y lazo social", inédito
http://survivorwalk.blogspot.com/2009/01/sobre-traumas-y-monumentos.html