El errabundo más centrado del mundo

El errabundo más centrado del mundo


“Lacan solía referir que alguna vez había curado a algún psicótico pero que no podía decir cómo ni porqué.”
Françoise Davoine



La hora de análisis de Pedro es siempre la misma desde hace años. Invariable. Persistente a lo largo del tiempo, como él, que se mantiene inalterable.
Su ropa se asemeja a un uniforme que lo caracteriza y que parece formar parte de su cuerpo: una camisa raída que en algún momento fue celeste, y una corbata bicolor que en otras épocas debe haber disfrutado de una nobleza, hoy, ya extinta.
El atuendo concluía con unos jeans gastados y maltratados por lo cotidiano, y unos zapatos de color marrón agrietado que estaban más cerca de la jubilación que de cumplir funciones.
Pedro, elefantino y extraño, tenía una forma de hablar parlanchina y chillona, que acompañada por movimientos incoherentes de sus brazos, hacían de cualquier acontecimiento un espectáculo extravagante.
Su cara oscilaba entre el gesto de la desesperación y una alegría vacía, que se alternaban sin matices y sin sombras.
Una valija llena de revistas y libros de diversos tiempos atestiguaban, de alguna manera, su paso por la vida y oficiaban de vestigios de una historia casi inexistente.

Su aspecto atemporal podría provocar envidia. Sólo algunos sujetos tienen la capacidad de ser casi inmortales, el psicoanalista Jean-Max Gaudilliére lo comentaba a propósito de algunos pacientes del Hospital Paul Guiraud en Francia, que estaban como detenidos en el tiempo y en su envejecimiento.
El tiempo se detiene en ellos porque no hay significantes que los representen. Pedro es uno de esos sujetos.

Invariable y atemporal, lo cotidiano no parece afectar su vida, que, sin embargo, no aparece como monótona.
Pedro habla del pasado y del presente como si fuera lo mismo, quedando en el que escucha la posibilidad de poder diferenciarlos.
Subsistía, percibido por su entorno, como un personaje que no dejaba, en el mejor de los casos, de ser simpático. Un “loco” lindo de esos que habitan nuestro Montevideo, que confluyen y conviven en cada barrio, pero que no generan la hostilidad que produce la diferencia.
Pedro era por tanto un “loco” adaptado a los parámetros sociales, un pre-psicótico donde su locura (delirios-alucinaciones) no había fluido en forma alarmante.

¿Por qué viene Pedro?
¿Quién es Pedro?

Controversias

El psicoanálisis, por ser una clínica estructural y estar constituida en la transferencia, permite hablar de psicosis , incluso en ausencia de fenómenos tangibles como el delirio y las alucinaciones. El “loco”, por tanto, puede no serlo desde lo manifiesto.
Menudo problema el que se nos plantea la locura cuando no irrumpe y aporrea la realidad.
¿Qué es lo que lo hace “loco”, cuando la realidad concreta no lo “certifica”?
La manifestación impalpable de la locura no deja de ser una complicación en la clínica en general, ya que la psicosis cuando aún no se ha desencadenado, muchas veces, se confunde y es tratada como otra cosa. Ya lo decía Lacan: “traten a un pre-sicótico como un neurótico y obtendrán un psicótico”
Este era el caso de Pedro, medicado durante años como un fóbico grave se había convertido en un adicto al Aceprax, un ansiolítico benzodiazepínico, que entre sus efectos secundarios ocasiona una gran adicción.
No solamente estaba medicado como un neurótico, sus palabras también eran recibidas de tal forma por el mundo psiquiátrico, su “locura” contenida en chorros de palabras desunidas consistían igualmente para los psiquiatras en forma de fobia.
La confusión, seguramente, tenía que ver con un componente que aparecía en su discurso: el miedo.
El miedo es un complemento ineludible de la fobia, y Pedro tenía miedo, de todo, de todos, sin embargo no era la clase de miedo que predomina en esta forma de neurosis. El miedo del fóbico gira en el entrampado de lo imaginario, en cambio en Pedro tenía otro estatuto.
Pedro se había enmascarado en una adicción fóbica, pero que lo contenía. Uno no puede menos que pensar que una pequeña adhesión a la benzodiazepina es preferible a un ambular psiquiátrico hospitalario.
Dejemos en suspenso por un momento la historia de Pedro para hacer algunas disquisiciones necesarias.

El hombre que se bastaba a sí mismo (pero con los otros)
Pedro había pasado la mayor parte de su vida en diferentes tratamientos antes de comenzar su análisis: terapias de grupo, conductismo, psicoterapia focal, diferentes tratamientos psiquiátricos, todos con un mismo fin: hablar. Se supone que hablar de lo que le pasaba, pero eso era el problema: ¿qué le pasaba? Sencilla y absolutamente nada.
Un discurso errático y vacío lo acompañaba. Un murmullo de palabras inconexas que no precisaban, necesariamente, de un puerto donde recalar.
Su lenguaje estaba oscurecido de significación, en la medida en que aparecían alteraciones, ya sea de la secuencia gramatical, como de las fracturas en las relaciones de causalidad que afectaban también la dimensión temporal.
Esta presentación errante que ofrecía podría parecer algo muy bizarro, pero en su conjunto generaba una presencia. Había un cierto “estilo” en su decir y en su hacer.

Con relación a la transferencia, no aparecía nada en el orden de la demanda, ni en el orden de la provocación o de la queja. El análisis se manifestaba como un recorrido más, otro camino posible de los múltiples caminos transitados por Pedro, donde todas los caminos eran caminos en sí mismos, no había un “norte” en su accionar.
Nada hace marca –como un cartel de señalización-, para él cualquier camino y cualquier dirección son posibles. Lo que aparece claramente es que no hay un mundo de significaciones que se hallen organizados alrededor de una unidad de medida posible .
Esta errancia, de alguna manera, marca el entramado singular y específico de su psicosis.

Frente a todo su “mundo organizado”, pero paradójicamente sin significación, aparecen concomitantemente ciertas “briznas” paranoicas, cierta anticipación de sentido que se produce al escuchar al otro y funciona en Pedro independientemente de la puntuación, lo cual lo conduce a insertar significaciones personales. En esos momentos el sentido lo desborda, no sólo en la escucha, sino en el conjunto del campo de su realidad.
Sin embargo, puede convivir en esta armonía paranoica mientras los perseguidores “no lo acosen”.
Resumiendo: una vida tranquilamente bizarra, con retozos de paranoia sin eclosión manifiesta.

En la paranoia, por ejemplo, es posible de alguna manera que quien eclosiona en un delirio se reordene de un nuevo modo que le permita reconstruir el mundo. Esto, psiquiátricamente se conoce como la constitución de un delirio sistematizado, que la experiencia clínica demuestra que encuadra al paranoico y le permite la posibilidad de reubicación. Es decir: un sujeto y un objeto bien diferenciados.
En Pedro pasa otra cosa: no aparece la referencia de un discurso que lo represente, en tanto que la relación del sujeto con el cuerpo de lo simbólico deja como saldo un sujeto desmembrado y disperso en una multitud de otros, donde las fronteras excesivamente permeables del yo no lo contienen. Si algo es pensable como una demanda de análisis tiene que ver con esto.

Pedro se queda a mitad de camino, sólo fijado a los significantes en sí mismos, los que no se concatenan en un orden, y no pueden por lo tanto producir una significación posterior.

Cae la máscara, aparece el rostro psicótico

Pedro oscilaba entre su errancia y vestigios de los ecos violentos que lo acosaban: a veces hablaban de él en forma injuriosa, lo envidiaban, lo vigilaban. Estas manifestaciones duraban poco tiempo y convivían con él sin ocasionarle ningún problema ya que tenía un espacio donde desplegarlo: la serie interminable de terapias por las que circuló toda su vida. Lugares que servían como diques de contención a la eclosión de su delirio y permitían que pudiera llevar una vida “normal”.

En ese itinerario errabundo de sus cambios de psiquiatras, recaló en uno bueno, en uno de esos que en una mirada clínica descubre la hondura del conflicto. Pedro, hasta ese momento, había sido medicado como no-psicótico: ansiolíticos varios eran su dieta farmacológica.
El psiquiatra perspicaz lo medicó como correspondía a su estructura: como un psicótico.
¿Cuál fue el resultado de esta medicación? Una eclosión terrible y feroz de un delirio paranoico, que finalmente determinó una internación psiquiátrica.
Ideas delirantes de persecución en torno a compañeros de trabajo que querían hacerlo renunciar eran el motor de su locura.
La medicación de manera paradójica había actuado eficazmente (eso pasa con los psicóticos) pero de forma adversa para Pedro, lo había desenmascarado en su patología. Los antipsicóticos habían robustecido su “costado” paranoico de tal forma que lo habían hecho consistir en un delirio que daba sentido, ahora sí, a su vida.
Su mundo ahora tenía una significación, su universo significante se había reordenado para él, adquiriendo un sentido nuevo, donde una violencia feroz estaba presente en sus compañeros.

¿Cómo salir del yerro?

Por suerte Pedro contaba con un psiquiatra que además de ser sagaz, poseía una condición casi inexistente en el mundo psíquico: era humilde y sabía reconocer sus errores. Sabiamente se dio cuenta de que necesitaba seguir siendo un fóbico adicto a las benzodiazepinas y no un reivindicador laboral, por lo que suprimió la medicación psicótica y reforzó la ansiolítica.
Como por arte de magia el paciente volvió a su camino sin marcas y señales que le indicaran por dónde ir, apenas con las pocas balizas que el análisis y sus rutinas le ofrecían.
Nuevamente la errancia “ordenada” coloreó su vida y le concedió un sin-sentido protector.
Que el mundo no se vuelva un caos de violencia, ésa es la apuesta de la cura. Quién lo hubiera presumido al inicio, cuando Pedro parecía más cercano a la hebefrenia bizarra que a un Schreber . Pero Pedro nos enseña -porque el psicótico nos enseña todo el tiempo- que la locura, en este caso en forma de errancia, también puede ser una buena herramienta para soportar algo que puede ser peor para el sujeto. Y en ese camino el analista no puede quedar a un lado.
El problema que plantea el psicótico es el del saber , cuando el saber surge para el psicótico, cuando le salta a la vista, se le impone como certeza. Y ése no es un saber supuesto, sino un saber que se impone al sujeto en forma de delirio.

En el prefacio de su libro “Un antropólogo en Marte” , Oliver Sacks describe “... hay defectos, enfermedades y trastornos que pueden desempeñar un papel paradójico, revelando capacidades, desarrollos, evoluciones, formas de vida latentes, que podrían no ser vistos nunca, o ni siquiera imaginados en ausencia de aquellos. Es paradoja de la enfermedad, en este sentido, su potencial “creativo”, lo que constituye el tema central del este libro.
Así, del mismo, modo que podemos quedar horrorizados ante los estragos que causa el desarrollo de una enfermedad o trastorno, también podemos verlos como algo creativo, pues aún cuando destruyen unos procedimientos particulares, una manera particular de hacer las cosas, pueden que obliguen al sistema nervioso a crear otros procedimientos y maneras, que lo obliguen a un desarrollo y a una evolución inesperados. Este otro lado del desarrollo o enfermedad es algo que veo en potencia en casi todos los pacientes; y esto es, precisamente, lo que me interesa escribir.”

Este antropólogo de la neurología, con un fuerte componente humanista, plantea los casos clínicos neurológicos más extraños desde un punto de vista diferente al de la patología. Intenta revelar a la “enfermedad” descubriendo sus capacidades, adecuaciones y desarrollos latentes, que podrían no haberse visto nunca de no ser por la existencia de tales anomalías.
Frente a esta capacidad de adaptación del cerebro, Sacks va a preguntarse si no habría que manejar un nuevo concepto de salud y enfermedad, cambiando la referencia, es decir que la salud no se describa de acuerdo a su identidad con un estado rígido de normalidad, sino usando un criterio más flexible, respecto a la capacidad de adecuarse y funcionar en armonía y de acuerdo a las condiciones individuales.
Oliver Sacks deja una puerta abierta para poder entender que los sujetos más allá de sus problemas, demuestran tener una creatividad única que les permite construir –a veces- una manera particular de hacer en su mundo, y que se obligan a crear una serie de procedimientos y modos, que le permiten vivir de una forma más digna.
Pedro nos muestra y nos enseña que su embrollo existencial tiene que ver con su orden vital, y que de la única forma que podemos intervenir como analistas, es no precipitar nada de ese descontrol-control que lo ordena y le permite no consistir en un delirio paranoico.
El análisis también puede ayudar a que Pedro sea el errabundo más centrado del mundo.

2 comentarios:

  1. Hola muy bueno el relato del caso de Pedro. Te hago una pregunta, ¿cuál es la diferencia conceptual entre errancia y yerro para Lacan?

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  2. Hola Patricia. gracias por leerme. Errancia y yerro son conceptos diferentes para Lacan, el yerro lo aplica cuando habla de neurosis, por ejemplo cuando plantea el significado de responsabilidad como "cargo u obligación moral que resulta de un posible yerro".
    La errancia Lacan, pero sobre todo Maleval y Calligaris lo plantean como una psicosis sin desencadenar un delirio, o como plantean ahora los millerianos una "psicosis ordinaria"
    saludos

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